Hugo Silva, entrenador de baloncesto de México, pidió a los alentadores visitar el lugar de los atletas con el Taegukgi, la bandera coreana.
Los atletas de cada país llegaron al aeropuerto de Daegu, y fueron recibidos por los alentadores e ingresaron a la villa de los atletas después de la ceremonia de izamiento de bandera. El 18 de agosto, ocho países incluyendo Japón, Portugal y México participaron en la ceremonia.
ⓒ 2003 WATV
Entre ellos, la ceremonia del izamiento de la bandera de México, fue como una fiesta. La ceremonia se inició a las 12:30 p.m. y duró cerca de una hora. La ceremonia principal tomó solo diez minutos, pero 120 atletas y 30 alentadores cantaron y danzaron juntos por varios minutos.
Los alentadores del equipo de México liderados por el pastor Park Gi-seon, regalaron 20 collares de caramelos y racimos de flores que hicieron con todo su corazón. Y entregaron a todos los atletas llaveros en forma de instrumento de percusión tradicional de Corea. Los atletas se sintieron muy contentos por recibir estos inesperados regalos y entregaron sus insignias a los alentadores, diciendo gracias una y otra vez.
Los atletas se tomaron fotografías con los alentadores agitando las banderas y las pancartas mexicanas. Ellos crearon un inolvidable recuerdo de Daegu, Corea. En especial, Hugo Silva, el entrenador de baloncesto, pidió a los alentadores que visitaran su habitación con una bandera coreana, diciendo: “Quiero tener su bandera coreana”.
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El pastor Park Gi-seon, líder de los alentadores del equipo de México, mostró su voluntad diciendo: “Apoyaremos al equipo de México mejor que cualquiera de los otros alentadores, para que los atletas puedan obtener buenos resultados. Y visitaremos su alojamiento lo más pronto posible para entregarles banderas coreanas. Esperamos que los atletas se lleven un precioso recuerdo de Corea y nos recuerden por siempre”.
Los funcionarios encargados también estaban emocionados, y expresaron: “Nunca habíamos imaginado algo así. Es muy emocionante. Los alentadores son maravillosos”.
En la Plaza de la Bandera todos se hicieron uno. No existían más barreras de clase, raza, idioma, cultura ni fronteras.
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