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Ninguna parte de los sermones en texto puede ser imprimida o difundida. Por favor, grabe en su corazón lo que ha entendido, para compartir la fragancia de Sion.

Hasta que Cristo sea formado en vosotros

El día que Dios nos diga que dejemos de hacer todos nuestros esfuerzos para el evangelio, cada uno de nosotros contemplará su vida pasada en el camino de la fe. Todas nuestras huellas dejadas por el evangelio serán grabadas en el cielo, y seremos juzgados por las labores realizadas en el evangelio, y veremos si somos merecedores de las bendiciones celestiales.

Antes de que ese día llegue, tenemos que reflexionar si realmente estamos preparados para entrar en el reino de los cielos. Como vemos en la parábola de las diez vírgenes, cinco estuvieron listas para recibir al esposo, mientras que las otras cinco no estuvieron completamente preparadas y perdieron su oportunidad de entrar en las bodas (Mt. 25:1-13).

Hay muchas cosas que debemos preparar. Lo primero y lo más esencial es tener completamente a Dios en nosotros. Es importante saber si dependemos de él absolutamente. Debemos evitar todo tipo de pensamientos y deseos mundanos que nos guían a la muerte eterna, y siempre habitar con Dios en lugar de gastar el precioso tiempo que Dios nos ha dado haciendo cosas sin sentido. Creyendo firmemente que todas las profecías se cumplirán sin falta, debemos esforzarnos en salvar almas, sin perder un minuto, ni un segundo.


Nuestro cuerpo es el templo de Dios

Cada santo de Dios es un lugar en donde Dios habita (el templo de Dios). Nosotros, el pueblo de Dios, tenemos que poner siempre a Dios en el centro de nuestra vida y ser santos, como Dios es santo.

1 Co. 3:16-17 『¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.』

Este versículo dice que si alguien profana el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. El templo de Dios se profana a través de la idolatría. En la historia del Antiguo Testamento, podemos ver que cuando el templo de Dios se llenaba de toda clase de ídolos, provocaba la ira de Dios y, por consiguiente, muchos desastres. Por el contrario, los reyes Ezequías y Josías purificaron el templo de Dios destruyendo todos los ídolos después de celebrar la pascua; solo así pudieron recibir la bendición de Dios.

Si no comprendemos correctamente que Dios vive en nosotros, cometeremos actos muy tontos como adorar ídolos en lugar de a Dios. Esto es similar a lo que los israelitas hicieron: ellos decían servir a Dios, pero adoraban toda clase de ídolos, como Baal y Asera, dentro del templo de Dios; sin embargo, no pudieron darse cuenta de este hecho.

Recordando siempre que somos templo de Dios, tenemos que cumplir nuestra función como templo de Dios: como templo de Jehová en la época del Padre, como templo de Jesucristo en la época del Hijo, y como templo del Espíritu y la Esposa (Dios Elohim) en la época del Espíritu Santo. El apóstol Pablo siempre tuvo a Dios dentro de sí.

Gá. 2:20 『Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.』

Gá. 6:14-17 『Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo. […] De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús.』

"Con Cristo estoy juntamente crucificado." Con estas palabras, el apóstol Pablo quiso decir que él había muerto para sí mismo. Cuando yo mismo sea crucificado y muera a los pecados, y solo Cristo viva en mí, podré ser un verdadero cristiano.

Pablo se esforzó mucho por ayudar al pueblo de Dios a llenar sus corazones con el amor de Cristo, y no con las cosas mundanas, enseñándoles la palabra de Dios y dándoles esperanza en el cielo y confesando su fe en público. Haciendo esto, empezó a participar en los sufrimientos de Cristo.


Sean la imagen y el aroma de Cristo

Si tenemos a Dios dentro de nosotros, su obra y su voluntad se revelarán por medio de nuestras acciones. Si alguien usa perfume, los demás sentirán la fragancia de aquella persona. De igual manera, si tenemos a Dios dentro de nosotros, emitiremos el aroma de Dios.

Los que abrazan a Dios Elohim tienen el ardiente fervor de salvar a toda la humanidad igual como ellos lo hacen. Estos hijos de Dios tienen el aroma del Padre y la Madre celestiales, quienes no quiebran la caña cascada ni apagan el pabilo que humea, y que aman a sus hijos y esperan pacientemente que se vuelvan al camino del arrepentimiento y la salvación.

En todas las épocas, la gente se ha esforzado por cultivar la mente y el corazón, pero ninguno ha obtenido una personalidad perfecta con sus propios esfuerzos. Nuestra personalidad cambia en forma natural si tenemos a Dios dentro de nosotros.

Solo cuando Cristo vive en nosotros, podemos participar en la "naturaleza divina" (2 P. 1:4). El apóstol Pablo comprendió completamente, y nunca dudó en realizar todos los esfuerzos para que Cristo viva en él y hasta que Cristo fuese formado en los santos.

Gá. 4:17-19 『Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros,』

Los santos de la iglesia primitiva atravesaron muchas pruebas y cometieron muchos errores, hasta que Dios fue formado en ellos. Antes de recibir completamente a Dios en sus corazones, algunos miembros de las iglesias de Corinto, Galacia, etc., se extraviaron; algunos de ellos amaron más este mundo y dejaron la verdad, como lo hizo Demas. El corazón del apóstol Pablo se entristeció mucho por ellos, y gustoso sufrió dolores de parto por todos los santos hasta que Cristo estuviese completamente formado en sus mentes y corazones.

A menos que Dios sea formado en nosotros, no podremos participar de la naturaleza divina descrita en la Biblia. Como Jesús dijo: "El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto" (Jn. 15:1-8), podemos llevar el fruto del Espíritu Santo si llegamos a ser uno con Dios. Por eso, Dios dijo por medio del apóstol Pablo lo siguiente:


Nadie puede ir al cielo sin ser transformado

Gá. 5:16-26 『Digo pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne […]. Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.』

Si vivimos por el Espíritu, los deseos de este mundo no tendrán lugar en nuestra mente. Cuando dejamos que el Espíritu dirija nuestras vidas, todos los deseos de nuestra naturaleza pecadora son eliminados. Sin embargo, si vivimos según la naturaleza pecadora, nuestros corazones no estarán llenos de los deseos del Espíritu.

Los que viven siguiendo los deseos de la carne, no podrán heredar el reino de Dios. La Biblia dice repetidamente que nadie podrá entrar en el reino de los cielos si participamos en las obras infructuosas de las tinieblas.

Ef. 5:1-14 『Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó […]. Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. […] andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor. Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas;』

Los versículos antes mencionados nos dicen cómo debemos llevar nuestras vidas. Yo pienso que la mayoría de ustedes han comprendido estas palabras y llevan una vida llena de gracia. Si alguno de ustedes dice vivir en la fe pero olvida con frecuencia la gran obra de salvar almas, siendo absorbido por las obras vanas de la carne, debe deshacerse de ellas sin dudar.

Cuando Dios mira desde el cielo, la tierra no es más que un punto de polvo o una gota de agua en un balde, Para salvar las almas que viven en este pequeño mundo, Dios dejó toda su gloria en el cielo y comenzó un camino humilde, tomando la apariencia humana. Si el amor de Dios mora en nosotros, ¿cuál debería ser nuestra principal preocupación? "¿Qué debo hacer para guiar un alma a la salvación?" "¿Cómo puedo ayudar a guiar correctamente un alma a la salvación?" Si Dios Elohim vive y trabaja dentro de una persona, la gran preocupación de esta será salvar almas.

¿Qué sucede con aquel cuyo corazón está lleno de idolatría? Está más preocupado en exaltarse, en lugar de pensar qué debe hacer para ayudar a los hermanos y guiarlos a la salvación. El diablo lo engaña con diferentes tentaciones. ¿Cuánto sufrirá Dios al ver que sus hijos se rinden ante esas cosas vanas y vacías?

Podemos renacer como seres perfectos si tenemos el espíritu de entregarnos por la salvación de las almas, como Cristo. Un alfarero trabaja constantemente para moldear y formar la arcilla hasta que la vasija esté completa. Sin embargo, si la vasija es del gusto del alfarero, ya no necesita dar forma a la arcilla, ¿no es así?


Llevar la vida que Cristo nos enseñó

Los santos de Dios, que guardan los mandamientos, deben poner en práctica lo que él les enseña. Si el Padre y la Madre viven en nosotros, debemos concentrar nuestra mente y nuestra alma en la salvación de toda la humanidad, de la misma manera que el Padre y la Madre dejaron su espléndido trono y vinieron a esta tierra para salvarnos.

Ef. 4:17-32 『Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. […] Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. […] Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. […] Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.』

Dios nos dijo que llevemos una vida justa y santa, amándonos unos a otros. Él nunca nos dijo que nos entregáramos a la disipación, los celos y las quejas. Debemos examinarnos cuidadosamente y ver si estamos viviendo como Dios nos enseñó. Sin pasar por este proceso, nadie puede entrar en el reino de los cielos.

Seamos compasivos y generosos los unos con los otros. Si el Padre y la Madre viven en nuestros corazones, seremos indiferentes al enojo o a los celos, y nos esforzaremos al máximo para guiar a los hermanos por el recto camino de la salvación, poniendo a Dios en sus corazones, aunque suframos dolores de parto, como sufrió el apóstol Pablo. Cuando nuestros corazones se conmueven con esta obra tan significativa, cada uno de nosotros puede ser llamado verdadero cristiano con el corazón de Cristo.

El Padre y la Madre nos han sellado con la promesa de darnos el Espíritu Santo y hacernos los hijos de la promesa, para que heredemos el reino de los cielos. Como Isaac, que recibió la herencia de Abraham, nosotros recibiremos la promesa de Dios de ser llamados "hijos de la promesa como Isaac" (Gá. 4:28). ¿Qué sucedería si descuidáramos la palabra de Dios, y nos irritáramos fácilmente, pensando que vamos a ir al cielo porque hemos recibido la promesa de Dios? ¿Podremos entrar en el cielo? Ciertamente no podremos. Dios dice que incluso el que ha recibido la bendición, puede ser privado de ella si se vuelve indigno, y ser juzgado según la palabra de Dios.


Dios Elohim nos da el agua de la vida para purificarnos

Ahora debemos apurarnos y prepararnos para que Cristo sea formado en nosotros. Aunque nuestra personalidad no cambie de la noche a la mañana, debemos esforzarnos, dejando de pensar: "No puedo hacerlo". Si solo tenemos al Padre y a la Madre en nosotros, resolveremos todos nuestros problemas.
A través de la Biblia, comprendamos que el Padre y la Madre nos limpian de nuestros pecados y nos purifican.

Zac. 13:1 『En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia.』

Zac. 14:8 『Acontecerá también en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la otra mitad hacia el mar occidental, en verano y en invierno.』

Ez. 36:24-26 『Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré.』

Nuestro Dios Padre, el Espíritu Santo, ha venido en el nombre de David en esta época. Y la Jerusalén de arriba representa a nuestra Madre (Gá. 4:26). La Biblia dice que habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia. Según esta profecía, el Padre y la Madre están purificando a sus hijos que permanecen en ellos, del pecado y de la inmundicia, con el agua de la vida.

Dios nos purifica con el agua de la vida y nos pone un nuevo espíritu. Él quita el corazón de piedra que nos hace irritarnos y ofendernos con palabras que nos hieren, y que nos hace volvernos de la verdad, y en cambio nos da un corazón de carne. Esto es posible cuando tenemos en nosotros a nuestro Padre y a nuestra Madre, la fuente del agua de la vida. Si siempre pensamos en el Padre y en la Madre, y consideramos cuidadosamente su palabra, podremos ser transformados a imagen de Cristo, como el pueblo enseñado por él.

Ap. 22:17 『Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.』

El Padre y la Madre nos llaman para que tomemos el agua de la vida gratuitamente. Nosotros, que hemos sido invitados a este banquete, debemos tener siempre al Padre y a la Madre dentro de nosotros. Revisemos todas las cosas que no tienen que ver con nuestra salvación, tales como pelear, irritarnos e impacientarnos, en la luz de la voluntad del Padre y la Madre. "Si el Padre y la Madre estuvieran en esta situación, ¿se irritarían y hablarían groseramente? ¿Descuidarían su ministerio de predicación del evangelio por cosas como estas?" Pidamos siempre que el Padre y la Madre estén en nosotros.

Veo que mis hermanos de Sion día a día se están perfeccionando en la fe, poniendo su fe en acción. Escuché decir que antes se molestaban fácilmente con los hermanos por cosas triviales, pero que ahora todos los miembros de la iglesia lucen hermosos, siendo su única esperanza que todos guarden su fe hasta el final y juntos vayan al cielo. Los que no tienen el corazón de Dios, podrían considerarlos tontos y burlarse de ellos. Sin embargo, debemos tener a Dios como nuestro centro de vida y tratar de vivir según sus enseñanzas.

No es fácil que Cristo se forme en nosotros. No obstante, Dios nos da generosamente si le pedimos constantemente. Pidamos ansiosamente al Padre y a la Madre, para que siempre vivan en nosotros. Entonces podremos expandir el aroma de Cristo al mundo entero. Para que Cristo se forme en nosotros, guiemos a muchas almas a la salvación.