한국어 English 日本語 中文简体 Deutsch हिन्दी Tiếng Việt Português Русский Iniciar sesiónUnirse

Iniciar sesión

¡Bienvenidos!

Gracias por visitar la página web de la Iglesia de Dios Sociedad Misionera Mundial.

Puede entrar para acceder al Área Exclusiva para Miembros de la página web.
Iniciar sesión
ID
Password

¿Olvidó su contraseña? / Unirse

Ninguna parte de los sermones en texto puede ser imprimida o difundida. Por favor, grabe en su corazón lo que ha entendido, para compartir la fragancia de Sion.

¿Qué daremos a Dios?


Dios nos ha dado bendiciones incluyendo la vida eterna, y también nos ha prometido la autoridad para gobernar en el reino de los cielos. Dios no solo ha perdonado los pecados y transgresiones que cometimos en el cielo, sino que también estuvo dispuesto a sacrifi carse por nosotros los pecadores, incluso hasta la muerte, como el cordero del holocausto cada día, para que nos convirtamos en los sacerdotes reales del cielo y recibamos la vida eterna.

¿Cómo podremos retribuir el gran amor de Dios por nosotros? ¿Qué podemos dar a nuestro Padre y a nuestra Madre que no han escatimado sacrifi cios y devoción para salvarnos a sus hijos, y están siempre con nosotros?

Al orar a nuestro Dios Elohim, no solo debemos pedirle que nos dé algo, sino que primero necesitamos pensar en qué podremos darle y qué podremos hacer para la obra de la salvación que está llevando a cabo en esta tierra.


La madre y los huevos

Una vez leí una historia titulada "La madre y los huevos". Había una familia cuyo padre era maestro de escuela en una ciudad en el campo. La madre quería hacer algo por su familia, por eso conversó con su esposo. Claro que ella ya estaba muy ocupada criando a sus tres hijos y atendiendo a su esposo haciendo las tareas domésticas; pero no se sentía cómoda aun tomando un pequeño descanso cuando sus hijos se iban a la escuela y su esposo salía a trabajar.

Su esposo le sugirió que criara pollos, si realmente quería hacer algo. Así, ella compró algunos pollitos y dedicó su tiempo libre a criarlos.

Los pollitos crecieron bien, y se convirtieron en pollos medianos, y luego en pollos grandes muy rápidamente. Al principio solo había tres pollos, y el número de pollos se incrementó hasta 20. Como los pollos crecían en número, había más oportunidades para la familia de comer huevos, y los huevos que solían pensar solo como comida, después les ayudaron como un ingreso extra.

Un día, la madre reunió a sus tres hijos y les informó que no les daría más huevos el siguiente mes. Cuando su segundo hijo le preguntó muy molesto por qué no iba a comer más huevos desde entonces, ella respondió.

"Sabes que tu hermano mayor se graduará dentro de un mes. Quiero comprarle un traje para su graduación. Por eso necesito ahorrar algo de dinero."

Cuando el hermano mayor escuchó a su madre, se sintió muy apenado. No quería vestir ropa nueva si sus hermanos menores tenían que privarse de una comida rica por ello. Aunque él dijo que no habría problema si no tenía un traje nuevo en su graduación, su madre no cambió de opinión. Ya que su hijo mayor iba a recibir en la graduación un premio de honor delante de todos los estudiantes, ella quería vestirlo con ropas elegantes ese día, porque usualmente no podía comprarle nada decente para vestir.

Desde ese día, los hermanos no podrían comer huevos por varios días. Pero pocos días después, empezaron a desaparecer los huevos de dos en dos del corral. Pensando que era muy extraño, la madre lo discutió con su esposo. Ellos sospechaban que un ladrón los había robado, pero no podían entender por qué el ladrón, si ya había entrado a la fuerza en el corral, solo tomaba dos huevos en lugar de llevárselos todos. Aunque examinaron cuidadosamente el corral, no pudieron encontrar ninguna señal de violencia. Entonces el padre puso a su perro en la puerta principal de la casa, pero cada día seguían robándose dos huevos del corral.

Mientras tanto, llegó el día de la graduación del hermano mayor. El padre se levantó de madrugada e hizo que sus hijos se alistaran de prisa. El hijo mayor se puso la chaqueta nueva que su madre le había comprado el día anterior. La madre, que estaría en el escenario de premiación junto con su hijo como su respetable madre, también terminó de prepararse para asistir a la graduación, incluso poniéndose maquillaje, que no solía usar. Sin embargo, el hijo menor solo arrastraba sus pies. Cuando el padre le dijo que se diera prisa alzando la voz, salió de la habitación con una sonrisa avergonzada, tratando de esconder algo en su espalda.

Toda la familia estaba mirando al hijo menor, cuando de pronto él sacó calmadamente un par de zapatillas blancas para hanbok (vestido tradicional coreano). En cuanto vieron las zapatillas, todos pensaron lo mismo: vieron las zapatillas viejas, gastadas y desteñidas de su madre que se asomaban por debajo del dobladillo de la falda de su hanbok.

El hijo menor les contó que había empezado a sacar dos huevos secretamente, al ver que las zapatillas de su madre estaban muy gastadas como para seguir usándolas. Además, dijo que lo que había hecho no era algo realmente malo, pues solo había tomado su porción de huevos. Entonces entregó el par de zapatillas blancas a su madre, diciendo que no comería huevos desde ese día.

Al ver esto, la madre comenzó a llorar sin cesar, y tuvo que maquillarse de nuevo porque sus lágrimas corrieron su maquillaje. Entonces todos los miembros de la familia corrieron a la ceremonia de graduación, pues no tenían tiempo que perder. El hermano mayor se sintió muy agradecido por todo gracias al encomiable pensamiento de su hermano, que tuvo que ponerse sus pantalones viejos que siempre usaba mientras él vestía una chaqueta nueva. El segundo hermano se sintió orgulloso de su hermano pequeño que había sido muy considerado con su madre mientras el resto de la familia no había pensado en ella. Ese día, todos los miembros de la familia –el padre, la madre y los hermanos– fueron muy felices.


La fe que agrada a Dios

Aunque esta es una historia que sucedió en una familia, nos brinda muchas lecciones espirituales. El relato nos ayuda a pensar en qué podemos hacer por Dios Padre y Dios Madre que siempre nos dan muchas cosas. En realidad, Dios no necesita ningún regalo o ayuda de nosotros (ref. Is. 40:15-18, Job 35:5-8).

Dios es omnipotente y omnisciente, así que puede hacerlo todo solo. Sin embargo, creo que debe de haber algo que podamos hacer por nuestro Padre y nuestra Madre celestiales, como una expresión de nuestro amor y devoción hacia ellos, aunque sea algo pequeño.

En la historia anterior, lo que conmovió a la madre fue el sincero corazón de su hijo hacia ella. Los demás hermanos solo recibieron cosas de sus padres y no pensaron en darles algo a cambio, pero el hermano menor pensó en hacer algo por sus padres. Él sabía que su hermano mayor probablemente se pondría ropas elegantes para su graduación, pero que su madre vestiría su viejo hanbok y sus zapatillas gastadas al asistir a la ceremonia de graduación y estar junto con él en el escenario de premiación. Por eso quiso comprarle un par de zapatillas nuevas. El corazón del hijo menor, contenido en las zapatillas, es hermoso.

Como el hijo menor, nosotros también debemos expresar nuestra gratitud a nuestros Padres celestiales dándoles algo, aunque sea algo pequeño y nada especial ante sus ojos, en lugar de pensar que nacimos destinados solo a recibirlo todo de ellos.

Ef. 5:7-14 『No seáis, pues, partícipes con ellos. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor. Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas; porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto. Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo. Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo.』

La Biblia nos dice que comprobemos lo que es agradable al Señor y nos esforcemos por llevarlo a cabo. Hasta ahora, siempre hemos estado recibiendo todo de Dios y solo hemos estado pidiéndole ayuda cada vez que enfrentábamos dificultades. Por eso, debe de haber algo que podamos hacer para retribuir el amor y la gracia de Dios. Averigüemos qué agrada a Dios y hagámoslo.

Col. 1:10-14 『para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.』

Como hijos del cielo, siempre necesitamos pensar en qué debemos hacer parav llevar una vida digna de Dios y serle agradables en todo sentido. En la historia anterior, aunque el padre y la madre no sabían la razón por la que los huevos desaparecían todos los días, qué complacidos deben de haberse sentido al enterarse después de que su hijo menor había comprado un par de zapatillas para su madre vendiendo los huevos que consideraba parte de su porción. Qué complacidos y agradecidos deben de haber estado también sus hermanos con su hermano menor por haber hecho algo que ellos debían hacer. Nosotros, como miembros de la familia celestial, también debemos comprender la gracia de nuestro Padre y nuestra Madre celestiales y siempre pensar en lo que agrada al Padre y a la Madre, para que podamos glorificarlos mucho más.


Lo que más agrada a Dios

Entonces, ¿qué agrada más a Dios? Para dar gloria y alegría a Dios, primero necesitamos saber qué agrada más a Dios.

Nuestras acciones que nos permiten ser salvos, nuestra fe que puede guiarnos a la salvación, nuestra vida que está llena de esperanza en el eterno reino celestial; todas estas cosas siempre agradan a Dios. Finalmente, es nuestra salvación lo que más agrada a Dios. Jesús nos ayudó a comprender este hecho a través de una parábola.

Lc. 15:3-7 『Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.』

Somos los hijos celestiales, los perdidos del reino de los cielos. El profeta Isaías profetizó que los hijos de Dios regresarían a los brazos de Dios uno tras otro, describiendo que vendrían a Dios volando como nubes, como palomas a sus nidos, y también predijo que Jerusalén resplandecería al ver a sus hijos viniendo a ella.

Resplandecer significa brillar y emitir rayos de luz. Si hay un momento en que el rostro de la Madre resplandece lleno de alegría, debe de ser cuando son encontrados sus hijos perdidos. Por eso, podemos entender que Dios se complace más cuando ayudamos a los pecadores perdidos del cielo a arrepentirse de sus pecados y los guiamos a los brazos de Dios (ref. Is. 60:1-5, 49:14-23).

Jesús dice que habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente en esta tierra y vuelve a Dios, que por 99 justos que no necesitan de arrepentimiento.

Veamos otro versículo que muestra que Dios se complace más cuando los pecadores se arrepienten.

Lc. 19:10 『Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.』

Jesucristo dijo que él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Aquí, "lo que se había perdido" se refiere a los pecadores que cometieron pecados que merecían la muerte eterna, y que fueron arrojados a la tierra (Mt. 9:13). Dios se complace más cuando sus hijos perdidos, los pecadores que fueron arrojados a la tierra como resultado de haber cometido pecados, se arrepienten de sus pecados y vuelven a la gracia de Dios uno tras otro. Es por esta razón que predicamos el evangelio diligentemente.


Guiemos al mundo entero a la salvación

Ya que lo más agradable para Dios es guiar a los pecadores al arrepentimiento y la salvación predicándoles el evangelio, ahora ayudemos a muchas personas a arrepentirse de sus pecados y guiemos a todas las almas a Dios, para que todos puedan ser salvos. "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura", "Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo", esta es la santa voluntad de Dios para nosotros.

Mt. 28:18-20 『Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.』

El bautismo es una ceremonia para la remisión de los pecados. Nuestro bautismo significa nuestro compromiso de vivir solo de acuerdo a la voluntad de Dios desde ahora, dado que nos hemos arrepentido de nuestros pecados. Por eso, el mandamiento de Jesús de ir y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos, significa que debemos guiar a todas las personas al arrepentimiento. Esto es lo que más agrada a Dios, quien siempre está con nosotros.

Si usted sabe lo que agrada al Padre y a la Madre, por favor piense cuidadosamente si lo hará como lo hizo el hijo menor de la historia, o lo guardará para sí. Nuestro Padre y nuestra Madre aprecian a sus hijos más que cualquier otra persona o cosa en este mundo. Aún hay muchos hermanos y hermanas que no se han arrepentido de sus pecados y están vagando sin objetivos en el mundo.

No debemos dejarlos solos. Para encontrarlos, debemos ir a Samaria y hasta lo último de la tierra y hacerles conocer el camino del reino de los cielos, diciéndoles las buenas nuevas acerca del Padre y la Madre, y acerca de nuestros hermanos celestiales, para que todos regresen al cielo, su eterno hogar.

Hace dos mil años, cuando Jesús ascendió al cielo desde el monte de los Olivos, dijo a sus discípulos: "Me seréis testigos en Samaria y hasta lo último de la tierra".

"Me seréis testigos", e "Id, y haced discípulos a todas las naciones", estos dos mandamientos de Jesús finalmente significan lo mismo: "Guíen a todos los hijos de Dios al arrepentimiento a través de la palabra de Dios, para que puedan ir juntos al reino de los cielos".

Realmente espero que todos los miembros de Sion den alegría y gloria al Padre y a la Madre celestiales, llevando al menos diez frutos, y entren en el eterno reino de los cielos. Como hijos del cielo, dediquémonos siempre a orar y a poner en práctica lo que agrada a Dios. Actuando así, ofrezcamos a Dios nuestro sincero y hermoso corazón, como el hijo menor de la historia que ofreció un par de zapatillas blancas a su madre.