Ninguna parte de los sermones en texto puede ser imprimida o difundida. Por favor, grabe en su corazón lo que ha entendido, para compartir la fragancia de Sion.
Añorando y esperando el cielo, nuestra amada patria
Parece que fue ayer cuando empezamos el año 2011, pero ya ha terminado y ha empezado otro año nuevo. Día tras día, año tras año, nuestro anhelo por el reino de los cielos y por nuestro Padre celestial crece más y más.
Pienso que es en estos días del año cuando los miembros de Sion sienten una mezcla de emociones en el corazón, anhelando el eterno reino de los cielos que perdieron y esperando ansiosamente que el Padre celestial venga a esta tierra. Deseo que todos tengan una vida digna y valiosa todos los días, esperando pacientemente que nuestros deseos se cumplan y anhelando el reino de los cielos, nuestra eterna patria, con una conducta santa y piadosa (Ro. 8:15, 2 P. 3:11-13).
Nuestra querida patria, el cielo
Todos tienen un instinto que les hace anhelar su patria, donde nacieron y crecieron. La Biblia nos dice que nuestras almas pecaron en el mundo angelical y nacieron en esta tierra, y que nuestra patria espiritual está en el cielo. Por eso, los seres humanos tienen un anhelo natural por el mundo espiritual (Ec. 3:11).
Muchos poetas en todas las épocas y países han escrito innumerables poemas para expresar su soledad y cansancio al vivir lejos de su patria, los cuales representan su anhelo hacia su tierra natal. Entre ellos, hay un poema muy popular titulado “Añoranza por la Patria”, escrito por el poeta coreano Lee Eun-sang. Este poema describe muy bien el ferviente anhelo del poeta hacia su tierra natal. Permítanme leerles este poema.
Veo el agua azul en el mar del sur de mi patria.
No puedo olvidar ese mar sereno de mi patria, ni en sueños.
Incluso ahora las aves marinas podrían estar volando.
Estoy ansioso de regresar a mi tierra natal, ansioso de regresar allá.
Extraño a mis viejos amigos con quienes jugaba cuando era niño.
Por donde voy, no puedo olvidar a mis amigos con quienes jugaba.
¿Qué estarán haciendo ahora?
Estoy muy ansioso de ver a mis amigos, ansioso de verlos.
Tanto las aves marinas como mis amigos siguen viviendo allí.
¿Pero cómo llegué a dejar mi hogar?
Rechazando todas las demás cosas, quiero regresar a mi patria,
para que todos vivamos juntos como solíamos vivir.
Me gustaría vivir con mi mente usando ropas coloridas.
Permítanme regresar a los días de antaño cuando no había lágrimas.
(“Añoranza por la Patria” por Lee Eun-sang)
Siento que este poema expresa no solo la añoranza del poeta por regresar a su patria, sino también el corazón de todos nosotros que estamos añorando regresar a nuestra eterna patria, el cielo. El poeta piensa por qué dejó su tierra natal mientras las aves marinas y sus amigos aún viven allá.
Ahora analicémonos nosotros mismos: ¿cómo llegamos a dejar el cielo y vivir en esta tierra, la ciudad de refugio, mientras nuestros amigos (nuestros hermanos y hermanas) aún viven allá? Añorando la patria celestial que perdimos, debemos regresar a los días antiguos cuando disfrutábamos con nuestro Padre y nuestra Madre celestiales y los hermosos ángeles en el glorioso reino de los cielos.
La añoranza de los israelitas hacia su patria y la espera de la restauración de su tierra natal
Cuando los israelitas perdieron su patria y vivían en países extranjeros, había algo en sus corazones que nunca olvidaron. Era el anhelo hacia su patria. Aun cuando estaban cautivos en Babilonia, no olvidaron a Jerusalén, su patria ancestral.
Sal. 137:1-9 『Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sion. Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas. Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos, y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los cánticos de Sion. ¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños? Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría. […] Hija de Babilonia la desolada, bienaventurado el que te diere el pago de lo que tú nos hiciste. Dichoso el que tomare y estrellare tus niños contra la peña.』
Salmos 137 describe el corazón de los israelitas que lloraban por los ríos de Babilonia cuando recordaban a Sion, añorando la restauración de Sion que habían perdido. En ese momento, Daniel oraba tres veces al día, con la ventana abierta hacia Jerusalén. Esto muestra cuánto extrañaba su tierra natal, Jerusalén (Dn. 6:10).
Todo lo que ocurrió en el pasado es un ejemplo para nosotros. Ahora es el momento de pensar en nuestra patria eterna, el cielo. Como Daniel, siempre debemos poner nuestro corazón en nuestra patria espiritual. Pensando en nuestra eterna patria, regresemos todos a nuestro eterno mundo donde no hay lágrimas, ni dolor, ni pena, como está descrito en el poema antes mencionado: “Permítanme regresar a los días de antaño cuando no había lágrimas”.
La patria no es la clase de lugar que podemos olvidar o abandonar, sino el lugar adonde debemos regresar. Esto se debe a que nuestros padres y hermanos amados nos están esperando allá. Pero aunque regresemos a nuestra patria, si nuestros padres y hermanos no están allí, ¿cuál es el propósito de volver a casa?
Cuando regresemos al cielo, nuestra eterna patria, nuestro Padre celestial nos dará la bienvenida y nuestra Madre celestial nos abrazará con amor eterno. También hay gozo preparado para nosotros en el cielo, que disfrutaremos junto con miles y miles de ángeles. Nuestra patria, el cielo, es ese maravilloso lugar donde disfrutaremos la alegría y la felicidad con los seres que amamos.
Añorando nuestra patria celestial
Esta tierra no es un lugar donde viviremos para siempre; somos extranjeros y peregrinos en esta tierra. Nuestros antepasados de la fe también admitieron que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Las personas que dicen estas cosas, muestran que están buscando su patria.
He. 11:13-16 『Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; […]』
Nuestra patria es el eterno reino de los cielos. Siempre pongamos nuestro corazón en nuestra patria celestial. Los que no piensan en su patria natal no pueden regresar allí. Solo aquellos que siempre anhelan y añoran su patria, pueden regresar.
Jacob finalmente regresó a su patria, porque no se rindió a pesar de haberse descoyuntado su muslo (Gn. 31-32). El registro del viaje de regreso de Jacob, finalmente nos sirve como ejemplo para los que vivimos en estos días. Nunca debemos rendirnos en nuestro viaje, así como Jacob que sufrió el dolor del descoyuntamiento de su muslo. Nuestro Padre y nuestra Madre celestiales han nivelado el camino para que regresemos a nuestra patria a través de su sacrificio, a fin de que podamos regresar a los días de antaño cuando no llorábamos, ni teníamos dolores ni penas. Deseo fervientemente que todos ustedes regresen al reino de los cielos, sin que nadie lo pierda. Y deseo que guíen a nuestros hermanos y hermanas, que añoran Sion estando en Babilonia espiritual, al camino de regreso a Sion y al cielo, su eterna patria, liberándolos rápidamente de Babilonia.
El arrepentimiento de los hijos celestiales y el regreso a su patria
Ahora, necesitamos renovar nuestro anhelo por nuestra patria celestial y también pensar por qué dejamos nuestra hermosa y gloriosa patria celestial, para que podamos arrepentirnos nuevamente e ir al cielo, nuestra patria. Veamos la escena de la parábola del hijo pródigo dicha por Jesús en la Biblia, donde el hijo pródigo se arrepiente y regresa a su padre al pensar en su patria.
Lc. 15:11-24 『También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.』
Cuando el hijo pródigo pensaba en su patria, el arrepentimiento crecía en su corazón. De igual manera, nosotros necesitamos la sabiduría de pensar en nuestra patria espiritual, especialmente cuando sufrimos dolor, pena y soledad en esta tierra, en lugar de solo entristecernos por esos sentimientos.
Analicémonos: “¿Cómo era yo antes? En el glorioso reino de los cielos, el mundo angelical, disfrutaba cada día del esplendor y la felicidad brillante, que no existe en este mundo. ¿Pero por qué dejé mi patria, y en qué estado estoy ahora?” Recordando nuevamente por qué descendimos a esta tierra mientras nuestros amigos celestiales viven en el cielo junto con miles y miles de ángeles, tenemos que pensar en regresar a nuestra patria con un corazón arrepentido como el hijo pródigo.
Jesús dice que habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente y regresa a Dios que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento (Lc. 15:1-7). Así como el padre del hijo pródigo hizo una fiesta para su hijo cuando regresó a casa, nuestro Padre celestial está preparándonos un gran banquete para darnos la bienvenida a casa; nuestro hogar, el cielo, está siempre listo a darnos la bienvenida. Deseo que todos y cada uno de ustedes regresen al eterno reino celestial sin olvidar este hecho: el reino de los cielos es un lugar que rebosa de alegría y felicidad todo el tiempo, y a fin de guiarnos al cielo, nuestra Madre está sufriendo y se está sacrificando mucho permaneciendo con sus hijos en esta tierra.
Añorando y esperando el cielo con una conducta santa y piadosa
A fin de regresar a nuestra patria, necesitamos añorarla y esperarla. Hay una historia legendaria de una esposa fiel que murió y se convirtió en piedra mientras esperaba a su esposo.
Durante la Dinastía Silla de Corea, los dos príncipes (hermanos del rey Nulji) fueron secuestrados en Goguryeo y Japón respectivamente. Mientras el rey Nulji extrañaba a sus hermanos y se apenaba por ellos, Park Je-sang, un oficial real de Silla, salió a Goguryeo y rescató al príncipe que estaba allá. Y luego fue también a Japón para rescatar al otro príncipe. Él los trajo de regreso a Silla sanos y salvos, pero él mismo fue capturado y asesinado. Por otro lado, en Corea su esposa esperaba todos los días que su esposo regresara en la cima de la montaña, y finalmente se convirtió en piedra.
¿Qué habría sucedido si la esposa de Park Je-sang hubiera disfrutado con otras mujeres de su aldea y hubiera andado en caminos malos, sin esperar a su esposo con todo el corazón pensando que de todas maneras regresaría a casa, sin importar lo que ella hiciera? Su historia desgarradora y conmovedora no se habría transmitido de generación en generación.
Tenemos que esperar a Dios con mucha ansiedad, como la Biblia dice: “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios!” (2 P. 3:11-13). Nuestro Padre y nuestra Madre celestiales han venido a esta tierra en la carne para salvar a los seres humanos, y voluntariamente han llevado la cruz de sacrificio y sufrimiento. Siguiendo el camino del Padre y la Madre, debemos encontrar a nuestros hermanos y hermanas perdidos del cielo y realizar fielmente la misión de iluminar el mundo con la luz de la verdad, esperando ansiosamente a Dios.
Cada vez que cambia de estación, año tras año, siento que los días de nuestra añoranza y espera por el reino de los cielos se hacen más cortos. Como hijos del cielo, esforcémonos y esperemos a Dios con una firme voluntad de hacer el bien y salvar a los seres humanos, hasta el momento que el Padre venga a esta tierra para llevarnos al cielo, tratando de retribuir el sacrificio de nuestra Madre celestial que está con nosotros en esta tierra y no escatima dolores por nosotros.
Debemos regresar a nuestro hogar que perdimos. Sin olvidar que somos extranjeros en este mundo donde estamos temporalmente y que dejaremos tarde o temprano, necesitamos pensar en dónde debemos poner nuestro corazón y mente; y debemos llevar una vida piadosa y digna todos los días, añorando ansiosamente el cielo y esperando que venga nuestro Padre celestial.
Cuando regresemos a nuestra patria celestial, todos regresaremos a los días antiguos; no habrá más lágrimas. El reino de los cielos, nuestra eterna patria donde nos esperan un cielo nuevo y una tierra nueva, no puede compararse con un pueblo donde hay un mar en el sur. Por supuesto, nuestra patria física es un buen lugar para nosotros, pero no es digna de compararse con nuestra patria espiritual, el cielo.
Sin olvidar el reino de los cielos, nuestra eterna patria, todos regresemos allá, sin que nadie abandone el viaje al cielo. Deseo que todos ustedes corran hacia el cielo con todas sus fuerzas, añorando el eterno reino celestial en fiel obediencia a la palabra y a la voluntad de Dios.