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Ninguna parte de los sermones en texto puede ser imprimida o difundida. Por favor, grabe en su corazón lo que ha entendido, para compartir la fragancia de Sion.

Todo lo que sembráremos, eso también segaremos

En primavera, los campesinos siembran en sus campos lo que quieren cosechar. Si este año se espera que el cultivo de pimiento rojo les dé muchos ingresos, sembrarán semillas de pimiento rojo; y si se estima que el precio de los ajos se incrementará, deben sembrar semillas de ajos. En consecuencia, al llegar la estación de la cosecha, cosecharán pimientos rojos en el campo donde sembraron semillas de pimientos rojos, y cosecharán ajos en el campo donde sembraron semillas de ajos.

Lo mismo sucede con los que estamos recorriendo el camino de la fe, anhelando el eterno reino de los cielos. Todos los días tenemos que sembrar cosas valiosas que queremos cosechar en el futuro. Todo lo que sembremos en esta tierra, ciertamente lo cosecharemos en el cielo. Si sembramos las cosas del Espíritu, no las cosas perecederas de la carne, cosecharemos los frutos del Espíritu; si sembramos obediencia, cosecharemos el fruto de la obediencia; si sembramos la fe, cosecharemos el fruto de la fe; si sembramos sacrificio, cosecharemos el fruto del sacrificio; si sembramos paciencia, cosecharemos el fruto de la paciencia; si sembramos concesión, cosecharemos el fruto de la concesión; si sembramos gratitud, cosecharemos el fruto de la gratitud; y si sembramos amor, cosecharemos el fruto del amor. Sembremos diligentemente todas estas semillas, pensando en los premios y bendiciones que recibiremos en el reino de los cielos.


Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará

Primero debemos sembrar algo a fin de cosechar su fruto. Si no hemos llevado ningún fruto, necesitamos examinarnos para ver cuánta pasión y celo hemos tenido al sembrar la semilla del evangelio. Todo lo que sembremos, eso también segaremos; esta es una ley inmutable de este mundo, que es expuesta por Dios.

Gá. 6:6-8 『El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye. No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.』

Tenemos que pensar en qué y cuánto hemos cosechado hasta ahora, y también necesitamos pensar en qué debemos sembrar durante nuestra corta vida en esta tierra hasta que vayamos al reino de los cielos. Todos los que se han esforzado por vivir cada momento fiel y diligentemente según la voluntad de Dios, ciertamente recibirán premios de Dios por eso. Y los que siempre dejan para mañana lo que pueden o deben hacer hoy, y después, cuando llega mañana, otra vez lo dejan para pasado mañana, también recibirán una recompensa por esto.

Cada uno de nuestros pensamientos, actitudes y acciones es una semilla, que produce su propio fruto. Oremos ansiosamente, estudiemos diligentemente la palabra de Dios, y prediquemos fervientemente a todos los que están a nuestro alrededor, incluyendo a nuestros hermanos, parientes y vecinos. Predicarles una vez es como sembrar un grano de trigo; si lo sembramos diligentemente, sin falta dará fruto.

Si no han llevado mucho fruto, por favor tomen un tiempo para analizarse: “¿Con cuánta ansiedad y pasión he sembrado la semilla del evangelio, y cuántas semillas he sembrado?” No podemos cosechar donde no hemos sembrado.

Cuando sembramos una semilla, también necesitamos pensar en lo que debemos cosechar. Como dice el proverbio: “De una cebolla no nace una rosa”, todos cosechan lo que siembran. Los que siembran ociosidad producirán el fruto de la ociosidad, y los que siembran diligencia producirán el fruto de la diligencia.

Pero incluso los que son diligentes no producen los mismos buenos resultados: los que trabajan duro para las cosas físicas según los deseos de su naturaleza pecadora y sus corazones egoístas, cosecharán cosas perecederas, pero lo que se esfuerzan por hacer las cosas del Espíritu siempre piensan en lo que tenemos que hacer para nuestro Dios Padre y Dios Madre, para nuestros hermanos y hermanas, para Sion, y para el reino de los cielos.


Los que siembran para el Espíritu y el reino de los cielos

La parábola del hombre rico y el mendigo Lázaro, una de las parabolas de Jesús, nos enseña cuál es el resultado final o la consecuencia de las cosas sembradas en esta tierra, y qué tienen que hacer los hijos e hijas de Dios.

Lc. 16:19-25 『Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado.』

En la parábola antes mencionada, Lázaro sufrió en esta tierra, mientras el hombre rico disfrutaba de todos los placeres en su tiempo de vida. Como resultado, Lázaro fue consolado en los brazos del Padre celestial, representado por Abraham, y el hombre rico fue atormentado en el fuego.

El punto final de la parábola antes mencionada no es simplemente un concepto dicotómico de que un hombre rico no puede ir al cielo y un mendigo sí puede entrar.

Aquí, el hombre rico se refiere al que ha desperdiciado su tiempo satisfaciendo sus propios placeres físicos. El hecho de que el hombre rico llamara a Dios “Padre”, muestra que él creía en Dios. Sin embargo, su fe era solo una “fe buena para nada”. Según los deseos de la carne, él hizo todo lo que quiso y disfrutó de todas las cosas que deseaba durante su vida. Él no dudaba en decir lo que quería decir, y era autoritario y dominante. Por otro lado, Lázaro era un hombre sufrido para el evangelio. Predicando el evangelio para salvar un alma, a veces andaba en una condición precaria y pasaba hambre como un mendigo, siendo ridiculizado y despreciado. Él se humilló, pensando que los demás eran mejores que él, y los servía. La vida del hombre rico representa a los que viven solo para sí mismos, y la vida de Lázaro representa a los que viven para los demás y para el Espíritu.

No debemos sembrar solo para nosotros mismos, sino siempre para el Espíritu. “Me complace más hacer esto, pero haré aquello gustosamente para la salvación de esa persona”, o “Este es un trabajo duro y no me siento con el ánimo de hacerlo, pero no escatimaré ningún esfuerzo para la gloria de Dios”. Es necesario que tengamos esta clase de pensamiento. Esta es la misma mentalidad de Lázaro, quien sufrió en esta tierra y fue consolado en el cielo, y la del buen samaritano, que gustosamente abandonó su propio placer para salvar al hombre casi muerto (Lc. 10:30-37).


Dios nos recompensa según lo que hemos hecho

Meditemos nuevamente en nuestra vida pasada: “¿Qué clase de fruto he llevado?” Aunque no hemos llevado fruto mientras otros miembros han llevado mucho fruto, no nos preocupemos ni nos aflijamos, sino tomemos un tiempo para pensar en nosotros mismos: “¿He sembrado la semilla del evangelio tan diligente y fervientemente como ellos?” Entonces encontraremos la respuesta.

Veamos otra parábola que contiene la enseñanza de Jesús de que cosechamos lo que sembramos.

Lc. 19:12-26 『Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo. […] Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. El le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas. Y también a éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo […]. Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré; ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses? Y dijo a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas. Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas. Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.』

“Negociad entre tanto que vengo.” Esto significa que debemos sembrar la semilla de la palabra de Dios diligentemente. Diez minas nunca pueden ganarse sin esfuerzo. La mina del primer siervo le hizo ganar diez minas más porque la había puesto a trabajar; ya que había sembrado la semilla del Espíritu Santo, cosechó el fruto del Espíritu.

A través de la parábola de las minas, Dios nos dice qué clase de resultados obtienen el que siembra y el que no siembra, respectivamente. Dios dio autoridad sobre diez ciudades al que ganó diez minas más, y autoridad sobre cinco ciudades al que ganó cinco más. Esto fue porque sembraron la semilla de Dios con mucha diligencia en obediencia a la voluntad de Dios. El siervo que escondió una mina fue el que no sembró nada. Dios dijo al hombre que no sembró: “¡Mal siervo!” ¿Cuántas ciudades en el cielo quieren gobernar? ¿Quieren terminar escondiendo la mina dada por Dios y solo vivir una vida cómoda en esta tierra?

Dios recompensará a cada uno de nosotros en el cielo según lo que hemos hecho (Ap. 22:12). Ese día, ciertamente habrá una recompensa para los que trabajaron para el Espíritu, y también habrá una recompensa para los que trabajaron solo para sus propios placeres físicos.

Cuando pensamos en las bendiciones eternas que recibiremos en el cielo, es mejor ganar cien minas más que diez minas, y ganar mil minas más que cien.

Por tanto, de ahora en adelante sembremos diligentemente para complacer al Espíritu. Todo lo que hagamos para el Espíritu cosechará fruto. Todas las cosas que hacemos en esta tierra: nuestros pequeños esfuerzos voluntarios dentro y fuera de la iglesia, nuestras oraciones por las almas de los hermanos y hermanas, las declaraciones de las alabanzas a Dios y la predicación del evangelio, y todo lo demás que hacemos para Dios y para el evangelio, nos traerá fruto en el reino de los cielos.


Ya no vivo yo, mas vive Cristo –el Espíritu y la Esposa– en mí

En semanas recientes, las buenas nuevas de que nuestro Padre celestial ha venido a esta tierra y que el Padre nos ha enseñado la existencia de nuestra Madre celestial, se han expandido a todas las naciones del mundo. Empezando desde el Perú, donde las noticias de la segunda venida de Cristo se han reportado en más de 70 medios de comunicación como televisión, radio y prensa escrita, la Gloria del Padre y la Madre ahora se está difundiendo en los medios de comunicación de todas partes del mundo.

Este también es el resultado de lo que hemos sembrado. Si sembramos algo para Dios, sin falta cosecharemos fruto de él. Ya que todo es posible para los que creen, si sembramos una semilla, Dios siempre trae fruto para nosotros. Si tenemos a Cristo en nosotros, ¿no debemos sembrar a Dios en el corazón de todos los que encontramos?

Gá. 2:20 『Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.』

Cuando el pueblo de Dios pone a Dios en su corazón, pueden encontrar paz y felicidad, y alegremente poner en práctica el amor con esperanza y fe. Ya que el apóstol Pablo comprendió este hecho, no se jactó de sí mismo sino que siempre puso todo su corazón y mente en la tarea de predicar a Cristo que vivía en él. Siendo el apóstol de los apóstoles, Pablo tuvo un conocimiento y habilidad sobresalientes y trabajó mucho más duro para el evangelio. Por tanto, cada vez que él sentía un impulso de jactarse de sí mismo, se golpeaba el cuerpo y lo esclavizaba (1 Co. 9:27). “Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.” Teniendo siempre en mente esto, predicaba el evangelio. Esa es la razón por la que pudo establecer iglesias por dondequiera que iba y experimentar una sorprendente obra de Dios: muchas personas se arrepintieron y volvieron a Dios.

Los que estamos predicando al Espíritu y a la Esposa, nuestros Salvadores de esta época, también debemos tener en mente que Dios vive en nosotros y trabaja con nosotros. Si sembramos a Dios, podemos ser uno con Dios. Dios nos compara como los pámpanos de la vid y dice: “El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto” (Jn. 15:1-8). Si nos excluimos a nosotros mismos y sembramos a Cristo, que vive en nosotros, en el corazón de los que escuchan, podrán crecer como el pueblo de Dios que tiene fe.

Debemos ayudar a la gente a pensar primero acerca de nuestro Padre celestial, el sacrificio de nuestra Madre y el reino de los cielos, en lugar de que piensen en algún miembro, cuando escuchen la palabra “Iglesia de Dios”. Si hacemos eso, más y más personas regresarán a los brazos de Dios. Si sembramos a Dios en su corazón, podemos sembrar para complacer al Espíritu, y como resultado podemos cosechar la vida eterna.


Sembremos a Dios en el corazón de todas las personas del mundo

Los que trabajan duro para sembrar sus propias habilidades, naturalmente no pueden llevar fruto. No debemos sembrarnos neciamente a nosotros mismos en el corazón de otras personas, tratando de hacerles pensar que tenemos mucho conocimiento y sacrificio y que trabajamos duro. Si predicamos el evangelio a las personas con la esperanza de que nos sigan y nos sirvan, no solo nosotros que predicamos, sino hasta los que nos escuchan caerán en tentación.

¿No deberíamos estar más complacidos cuando alguien sigue la voluntad de Dios en lugar de que nos sigan a nosotros mismos? “Ellos siguen muy bien las palabras del pastor.” Escuchar esto no es agradable. Incluso el personal pastoral o los ministros de la iglesia, si siembran sus propias cosas en el corazón de las personas, un pensamiento pecaminoso crece en ellos y la justicia de Dios no puede tener lugar en su corazón. Entonces pueden ser fácilmente tentados y tener el hábito de quejarse y murmurar, y finalmente se convertirán en frutos podridos.

Nunca debemos cosechar el infierno como resultado de la injusticia, sembrando lo que es injusto e inicuo. Me gustaría pedirles nuevamente que no siembren nada malo sino que siembren solo a Dios en el corazón de todas las personas, para que ellos siempre puedan alabar, glorificar y agradecer a Dios por su amor y sacrificio.

Pensemos en cuánto han sufrido y se han sacrificado el Padre y la Madre para salvar nuestras almas una tras otra durante el largo período de seis mil años.

¡Cuántos padecimientos deben de haber atravesado para proclamar el nuevo pacto a sus hijos incluso en la guerra contra Satanás! Nuestra salvación no se ha logrado fácilmente. Por más de 1.500 años, se ofrecieron muchos sacrificios a Dios, y finalmente se produjo el sacrificio de Dios, quien es la realidad de todos los sacrificios. Solo así se nos abrió el camino para el perdón de pecados.

Comparado con el sacrificio de Dios, lo que ahora estamos haciendo es nada.
Todo lo que hacemos es solo obedecer las palabras de Dios con gratitud a él, porque Dios nos ha concedido mucho amor y gracia.

No es algo fácil excluirnos a nosotros mismos y sembrar a Dios en el corazón de la gente. Pero si lo hacemos, el evangelio de Dios puede obrar en su corazón y su alma puede ser salva. Les pido, hijos de Sion, que guíen muchas almas al reino de los cielos sembrando a Dios en sus corazones. Entonces Dios los elogiará cuando ustedes vayan al cielo, diciendo: “Han trabajado muy duro para hacer mi trabajo, y no su trabajo. ¡Sus esfuerzos son verdaderamente encomiables!”

En 2012, todos sembremos fielmente la semilla del evangelio. Si sembramos, ciertamente llevaremos fruto. Cualquiera que siembra esfuerzo, pasión, fe, sacrificio y amor para el evangelio, recibirá ciertos resultados de Dios. Deseo fervientemente que cosechen la vida eterna y abundantes bendiciones del cielo sembrando a Dios y al Espíritu en el corazón de todos, dando siempre gracias a Dios Elohim por su abundante amor.