Ninguna parte de los sermones en texto puede ser imprimida o difundida. Por favor, grabe en su corazón lo que ha entendido, para compartir la fragancia de Sion.
Los obreros del evangelio de Dios
“Y les decía: La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.” (Lc. 10:2)
Los hijos de Sion que viven en la época profética de la Fiesta de los Tabernáculos, la estación de la cosecha, son los obreros encargados de la cosecha espiritual. Aunque somos imperfectos en muchos aspectos, Dios nos hizo obreros del evangelio y nos confió el evangelio.
En otoño, cuando todos están ocupados cosechando, un obrero sabio y diligente refresca el espíritu de su señor, pero el perezoso es como vinagre a los dientes de su maestro y como el humo a sus ojos (Pr. 10:5, 26). Ahora, tomemos un momento para analizar qué clase de obreros del evangelio somos para Dios y renovemos nuestra mentalidad.
Los que hacen la obra de Dios
Hay varias clases de obreros en el mundo: obreros que hacen algo pequeño o secundario, enviados secretos que realizan una misión secreta, enviados especiales que cumplen recados especiales, mensajeros expresos enviados para hacer algo urgente, ministros para obras oficiales y mensajeros reales que llevan la orden del rey. Entonces, ¿cómo podemos llamar a los que cumplen un recado para Dios?
Los que cumplen un recado celestial son llamados ángeles, mensajeros de Dios. Entre varias clases de trabajadores que son enviados para una obra pequeña, una obra secreta, un trabajo especial, un trabajo real, un trabajo oficial o un trabajo urgente, el que realiza el recado más importante es el mensajero de Dios.
Asimismo, se dice que hay tres clases de obreros: los que trabajan para sí mismos, los que trabajan para la obra misma, y los que trabajan para Dios.
Los que cumplen un recado para Dios no son los que trabajan para sí mismos o para la obra misma, sino los que trabajan solo para Dios. Como mensajeros de Dios que cumplen el recado para Dios, debemos analizarnos para ver si estamos trabajando sobre los fundamentos de una fe recta.
Ro. 14:7-8 『Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.』
El versículo anterior muestra qué mentalidad debemos tener como obreros enviados para hacer la obra de Dios. No somos los obreros que trabajan para sí mismos o para la obra misma. Nosotros trabajamos para Dios. Ya que fuimos enviados a la tierra para cumplir el recado del cielo, debemos concentrarnos en la obra y cumplir nuestro rol y misión como mensajeros de Dios.
En la historia, hay personas que no cuidaron de sí mismas sino que incluso arriesgaron sus vidas para cumplir el recado del rey de su país. Cuando el imperio japonés trató de privar a Corea de su soberanía diplomática y nacional, el Emperador Gojong de la dinastía Chosun de Corea envió tres enviados secretos a La Haya, Países Bajos. Ellos asistieron a la Conferencia Internacional de la Paz y realizaron su mejor esfuerzo por cumplir la orden secreta del rey, para dar a conocer al mundo la injusticia de la invasión japonesa. Pero fracasaron, pues Japón conspiró para obstaculizarlos, y los demás países se alejaron de ellos, y esto a su vez hizo que Lee Jun, uno de los enviados, encontrara la muerte.
La gente dedica toda su mente, hasta arriesgando su vida, a cumplir un recado para un rey de este mundo. Ya que somos los mensajeros que hemos sido enviados para cumplir el recado de Dios, debemos esforzarnos mucho más por hacer la obra de Dios. En todo lo que hacemos, primero debemos pensar si estamos haciendo algo para nosotros mismos, para la obra misma o para Dios que nos ha enviado, para así cumplir fielmente la misión que Dios nos ha encomendado.
La mentalidad del apóstol Pablo para el evangelio
En la Biblia, existen muchos obreros fieles entre los que fueron enviados por Dios para hacer su obra. El apóstol Pablo era ese tipo de obrero en los tiempos de la iglesia primitiva.
Hch. 21:10-13『Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles. Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén. Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.』
Pablo nunca dudaba ante ninguna situación, sino que cumplía el recado de Dios. Diciendo que estaba dispuesto no solo a ser atado sino a hacer cosas más difíciles, mostró su firme voluntad de cumplir la misión de predicar el evangelio.
Hch. 20:22-24 『Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.』
Ya que él tenía esta clase de mentalidad, el apóstol Pablo pudo mostrar la gloria de Dios por dondequiera que iba, y se convirtió en el profeta más grande que guió a muchas almas al camino de la salvación. Esta es la mentalidad que deben tener los que son enviados para la obra de Dios. Ningún mensajero enviado para un trabajo secreto, una obra especial o un trabajo real, podía cumplir el recado importante que se le había encomendado, sin tener esta mentalidad y determinación.
Obreros del evangelio llamados para salvar al mundo
Dios nos encomendó el recado de guiar a todas las naciones a la salvación. Este es el recado más crucial que cualquier otra obra en el mundo.
Mt. 28:18-20『Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.』
Dios, que tiene toda la autoridad en el cielo y en la tierra, nos dijo: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”. Para llevar a cabo este recado, Dios nos ha escogido en estos días.
No somos ni muchachos mensajeros ni mensajeros reales, sino los ángeles celestiales que estamos llevando a cabo un recado para Dios. Incluso un enviado secreto, enviado a otro país en esta tierra, no escatima su vida para cumplir la misión que su rey le ha confiado. ¿Y cómo debemos ser nosotros, que realizamos la santa misión que el Dios del cielo nos ha encomendado? No debemos descuidar nuestra misión ni interpretar lo que otras personas piensan.
La obra del evangelio que se nos ha encomendado no debe realizarse para nuestro propio bien o para la obra misma. Debemos pensar en Dios que nos encomendó la obra y tratar de trabajar para Dios. Si no tenemos una clara determinación como el apóstol Pablo dijo: “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos”, llevaremos una vida de la fe poco entusiasta, siendo empujados por las tendencias actuales del mundo junto con las personas mundanas.
Los que trabajan para sí mismos dejan de trabajar cuando no quieren trabajar, y juegan cuando quieren jugar, y son propensos a ser tentados por el mundo. Pero los que quieren trabajar para Dios no tienen tiempo para mirar esas cosas. A través de la parábola de los talentos, podemos confirmar los resultados de los que trabajan para Dios y de los que no.
Mt. 25:14-29 『Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos […]. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegando también el que había recibido dos talentos […]. Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Pero llegando también el que había recibido un talento […]; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente […]. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.』
El hombre que había recibido cinco talentos y el hombre que había recibido dos talentos, pudieron entregar diez talentos y cuatro talentos respectivamente. Pero el que había recibido un talento no entregó nada sino que sacó el talento que había escondido en la tierra y lo entregó a su señor.
¿Cuál fue la diferencia entre ellos? Tanto el hombre con cinco talentos como el hombre con dos talentos hicieron su mejor esfuerzo por cumplir su deber, pensando con cuánta ansiedad su señor había deseado el término de la obra. Pensando en su señor que les había encomendado el negocio hasta su regreso y en el gozo y la felicidad de su señor y su futuro, trabajaron duro y ganaron cinco talentos más y dos talentos más respectivamente. Ellos son los que trabajan para su señor, que es comparado con Dios; ellos siempre tienen a Dios en sí mismos, pensando: “Aunque tengo pocos talentos, ¿cómo puedo cumplir la misión que Dios me ha encomendado?”
Por el contrario, el siervo que escondió el talento en la tierra pensó en sí mismo. Ya que él pensaba en su honor y prestigio, en su cansancio físico y dificultades, no pudo dar un paso adelante para trabajar voluntariamente. Era la clase de persona que trabaja para la obra misma. El señor consideró a ese hombre como un siervo malo y negligente.
Pensemos una vez más para quién debemos trabajar. Si no estamos tomando completamente el rol de ángel que administra el recado para Dios, necesitamos examinarnos y ver si estamos trabajando para nuestro propio bien o para la obra misma. Quienquiera que piense en Dios y trabaje solo para Dios, puede ganar muchos talentos.
La resolución y fe de los obreros del evangelio
La razón por la que el apóstol Pablo pudo llevar mucho fruto del evangelio y llevar muchos talentos, era que él tenía la fe justa de pensar solo en Dios.
2 Co. 11:24-28 『De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias.』
Aunque el apóstol Pablo fue bastante perseguido mientras predicaba el evangelio y atravesó muchas dificultades y sufrimientos, él siempre trabajaba para Dios. Ya que predicaba el evangelio con esta resolución: “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos”, por dondequiera que iba había buenos resultados del evangelio. Como está escrito: “Por sus frutos los conoceréis”, Dios nos muestra a través de la Biblia la buena fe del apóstol Pablo, que trajo sorprendentes resultados del evangelio. Todo esto se convierte en una buena lección para nosotros hoy en día, para enseñarnos que nosotros también debemos hacer así.
Cuando prediquemos el evangelio con esa resolución de fe, Satanás el diablo, que nos obstaculiza, quedará indefenso como si fuera nada.
He. 11:28-38 『[…] que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.』
A pesar de la severidad con que Satanás obstaculizaba la fe de los santos de la iglesia primitiva y trataba de detener su obra, no podía impedir los hechos de fe de los que estaban firmemente decididos a cumplir sin falta la misión dada por Dios. Lo que hizo que ellos tuvieran esa firme fe de la que el mundo no era digno, era la voluntad de llevar a cabo fielmente la obra de Dios.
En cuanto a cumplir un recado, hay recados para un amigo, para los padres o para el rey de un país. Sin embargo, ahora estamos llevando a cabo el recado de Dios, que es el Altísimo sobre todas las cosas. Dios no encomienda su recado a cualquiera. Si Lee Jun no hubiera tenido suficiente sabiduría y lealtad, el Emperador Gojong no le habría encomendado la orden secreta. Dios no encomienda su recado a cualquiera, sino solo a los que él aprueba (1 Ts. 2:4).
Nosotros somos los ángeles enviados por Dios. La misión de salvar a nuestro prójimo, a nuestra sociedad local, a nuestro país y además al mundo entero, es el recado del cielo que debemos cumplir con todo nuestro corazón y mente.
Si prestamos atención a esta obra, pensando siempre en Dios Padre y Dios Madre, podremos ganar diez talentos como obreros del evangelio. Seamos los hijos de Sion que den la bienvenida a nuestro Padre con gozo y gloria en el día de su venida, cumpliendo fielmente nuestra misión del evangelio.