Ninguna parte de los sermones en texto puede ser imprimida o difundida. Por favor, grabe en su corazón lo que ha entendido, para compartir la fragancia de Sion.
Lo que esperamos
Hay momentos de espera que el pueblo de la fe debe experimentar hasta recibir las bendiciones prometidas. Ellos están esperando la venida de Dios y el gozo que disfrutarán para siempre en el eterno reino de los cielos. Ellos también esperan el Juicio Final cuando su enemigo el diablo será juzgado, y el glorioso día cuando se cumpla la siguiente profecía: “Los muertos en la fe resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire”.
La espera requiere fortaleza y también preparación. Tomemos un tiempo para pensar en lo que debemos esperar y lo que tenemos que preparar mientras vivamos nuestra vida.
La fe que espera a Dios
La Biblia nos dice que nosotros éramos originalmente ángeles que vivíamos con Dios en el cielo pero que nos vimos involucrados en la rebelión de Satanás y fuimos arrojados a esta tierra debido a nuestros pecados.
Para salvarnos a quienes hemos cometido pecados merecedores de la muerte, Dios mismo vino a esta tierra y expió nuestros pecados derramando su sangre en la cruz. Gracias al sacrificio de Dios, se abrió el camino para que los pecadores espirituales reciban el perdón de pecados y regresen al cielo.
Por mucho tiempo nuestras almas han estado esperando ansiosamente a Dios, que nos redimirá. El propósito de nuestra espera, a quien hemos estado añorando fervientemente, es Dios.
Is. 30:18『Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto, será exaltado teniendo de vosotros misericordia; porque Jehová es Dios justo; bienaventurados todos los que confían en él.』
Sal. 130:6 『Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la mañana.』
No solo los santos del Antiguo Testamento sino también los discípulos que fueron testigos de la ascensión de Jesús, apreciaron la esperanza de la venida de Cristo, y recorrieron el camino de la fe con gozo. En esta época, nosotros tenemos la misma esperanza que ellos y estamos anhelando fervientemente la venida de Cristo.
Creo que nuestras almas deben esperar a Dios con más fervor que los centinelas esperan la mañana. Todos deben estar esperando algo o a alguien, pero el pueblo de Dios tiene que esperar la venida de Dios con fe mientras nos refinamos.
La promesa del cielo y la esperanza por la transformación
Ya que la Biblia llama bienaventurados a todos los que esperan a Dios, la gracia de la salvación y la bendición de la vida eterna se da a los que están esperando a Dios. A la última trompeta, los que durmieron más temprano en la fe serán resucitados de la muerte, y nosotros seremos transformados para encontrar a Cristo en el aire.
1 Ts. 4:16-17 『Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.』
1 Co. 15:50-53 『No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.』
Esta sorprendente transformación está pre-arreglada para el pueblo de Dios al término de su ferviente espera, el día que Dios venga nuevamente. Averigüemos qué otra clase de espera existe.
2 P. 3:11-13 『Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.』
“¡Cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios!” Esto significa que debemos esperar a Dios que vendrá como el Último Juez a esta tierra, viviendo santa y piadosamente. El día que demos la bienvenida al Padre celestial y regresemos a nuestro hogar celestial con la Madre celestial, empezarán nuestros días llenos de alegría y gozo eternos.
Ap. 21:1-5 『Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. […] Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.』
Ap. 22:1-5 『Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad […]. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos.』
“Un cielo nuevo y una tierra nueva”, que el apóstol Pablo vio en una visión, hacen referencia al reino de los cielos. Cuando venga el eterno reino de los cielos no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; y Dios nos permitirá dejar todas nuestras cargas que nos han hecho pasar momentos difíciles en esta tierra y nos dará el gozo y la felicidad eterna que nunca se marchitará y todo lo que deseemos.
Ya que la Biblia nos dice que esperemos este glorioso día, debemos poner más esperanza en el eterno reino de los cielos y entregarnos por completo a la obra de Dios. Nuestro trabajo en Dios nunca es en vano (1 Co. 15:58).
Esperemos el cielo deshaciéndonos de nosotros mismos
Para recibir lo que estamos esperando y anhelando ansiosamente, necesitamos prepararnos para esto. Cuando viene el otoño, los árboles se preparan para la estación venidera. En otoño los árboles se embellecen más que en cualquier otra estación. Cuando están a punto de dejar caer su frondoso follaje, adquieren hermosos colores como amarillo, dorado y rojo. Después de irradiar su belleza por completo, los árboles sacuden todas sus hojas y dan la bienvenida al próximo invierno y primavera.
A través de estos principios de la naturaleza, Dios nos recuerda que todo y todos pueden ser más hermosos cuando tratan de deshacerse de sí mismos completamente. Nosotros también debemos deshacernos por completo de nosotros mismos, que estamos llenos de pensamientos sin gracia del mundo, y recibir a Dios completamente en nosotros.
Fil. 3:7-9 『Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, […]』
El apóstol Pablo abandonó sus pensamientos, conocimiento y a sí mismo. Después de quitar su arrogancia y mala naturaleza que le impedía recibir a Dios, decidió tener solo a Cristo en él.
Como los árboles son más hermosos en la estación en que se deshacen de sí mismos, de igual manera nosotros podemos ser más hermosos espiritualmente si nos deshacemos de nosotros mismos, como Pablo. Los árboles que se han abandonado a sí mismos, pueden soportar el frío viento del norte y la feroz tormenta de nieve, y saludan la primavera, tiempo en que todo cobra vida de nuevo. Este es el principio del renacimiento a una nueva vida.
Jn. 3:3 『Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.』
Jesús nos enseñó que nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace de nuevo. Para nacer de nuevo debemos renunciar a nosotros mismos. Cuando nos deshagamos de nosotros mismos, podremos tener a Dios en nosotros.
Cuando renunciemos completamente a nosotros mismos, Dios se acercará y será nuestro tesoro. Para los que nacen de nuevo deshaciéndose de todos sus pensamientos y deseos mundanos, Dios dice: “Ellos permanecen en mí, y yo en ellos”, y también les da esta promesa: “Ellos llevarán mucho fruto” (Jn. 6:53-56, Jn. 15:5).
Gá. 2:20『Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.』
Cuando nos quitamos todos los deseos mundanos, Cristo vive en nosotros y obra en nuestras vidas; nos da vida nueva y controla todos nuestros pensamientos y nuestra mente, y hasta nuestra fe. Nuestro egoísmo y testarudez que aún permanecen en nosotros, nuestra mente arrogante que nos impide comprender que somos pecadores y nos hace considerarnos mejores que otros, y nuestros pensamientos egoístas; cuando eliminemos todas estas cosas, podremos tener el corazón de la Madre.
Incluso Dios mismo se deshizo de sí mismo y vino a esta tierra por nosotros. Ahora, es tiempo de que renunciemos a nosotros mismos. Eliminando nuestra naturaleza pecadora y recibiendo al Padre y a la Madre celestiales, debemos tener el corazón de la Madre en nosotros. Seremos transformados hermosamente cuando renunciemos a nosotros mismos sin buscar nuestro propio bien, cuidando de nuestros hermanos y hermanas, cuidando de su seguridad espiritual con el corazón de la Madre. Esa es la razón por la que el apóstol Pablo nos aconseja que tengamos el mismo sentir que Cristo (Fil. 2:5).
Los hijos del cielo que nacen de nuevo para tener el corazón de la Madre
Una madre es la mayor en una familia, pero siempre trabaja como una sierva. Si sus hijos ensucian su ropa, ella la lava. Ella limpia la habitación que sus hijos han desordenado, y también les prepara la comida. Si sus hijos están enfermos, los asiste. A pesar de estar en la posición más alta y aunque merece ser servida por sus hijos, solo hace los trabajos más duros y humildes, como una sierva, cuidando a sus hijos.
No importa cuánta hambre tenga, ella trata de alimentar primero a sus hijos. Según su categoría, es digna de comer primero y luego dar de comer a sus hijos lo que sobra. Sin embargo, nunca hace eso. No es autoritaria y no quiere ser servida, más bien siempre da prioridad al más pequeño. Es la madre quien soporta todo por sus hijos.
“¿No amamantaría una madre a su hijo hambriento? ¿Una madre odiaría a su hijo y lo heriría? ¿Una madre descansaría cómodamente después de perder a su hijo?” Si pensamos cuidadosamente en el corazón de una madre, podremos averiguar lo que debemos hacer. Cuando tengamos el corazón de una madre, podremos obedecer toda la enseñanza de Dios descrita en la Biblia.
Nuestro Padre nos ha hecho comprender a la Madre celestial, la nueva Jerusalén, y nos permite ser guiados por la Madre. Ella personalmente nos da un ejemplo de cómo amar, nos instruye en todo, ora por sus hijos desde muy temprano incluso cuando no somos conscientes de ello, soluciona los problemas de muchos miembros de todo el mundo, y los consuela. Al ver lo que la Madre está haciendo, nosotros también debemos tener la misma clase de corazón que nuestro Dios Madre.
Si tenemos el corazón de la Madre, debemos poder hacer lo que la Madre está haciendo y cuidar a los miembros a quienes la Madre está cuidando. Deseo que haciendo así, todas las almas crezcan graciosamente en Sion y que todos los miembros de Sion entren en el eterno reino de los cielos dando la bienvenida al Padre sin que nos falte nada, sin ninguna queja, cuando él venga.
Cuando Jesús fue llevado al cielo el día cuarenta después de su resurrección, preguntó tres veces a Pedro: “¿Me amas?” Luego dijo repetidamente a Pedro, hasta tres veces: “Pastorea y apacienta mis ovejas”. El deber de todos los que aman a Dios, es cuidar del pueblo de Dios. Cuidar de ellos y alimentarlos con la comida espiritual con el corazón de la Madre, es nuestro deber básico como los que hemos recibido primero la verdad.
El fruto del Espíritu Santo producido con el corazón de la Madre
Cuando nos armemos con el corazón de Dios Madre, podremos cumplir fácilmente la Misión de los Diez Talentos. Si encontramos difícil cumplir la misión, es porque nuestro corazón aún no ha cambiado. No podemos hacer nada si tratamos de hacerlo por nosotros mismos con nuestro propio corazón.
Supongamos que una madre ha perdido a su hijo. La madre estará ansiosa buscando a su hijo perdido, olvidándose hasta de dormir y de descansar. No hay nada más urgente que encontrar a su hijo perdido. Necesitamos examinarnos para ver si estamos predicando el evangelio con el ansioso corazón de la Madre. Si no tenemos la misma clase de ansiedad mental que la Madre, es muy difícil encontrar un alma.
Los que tienen el corazón de la Madre llevan mucho fruto aunque no tengan fluidez para hablar y les falte conocimiento de la Biblia. Aquí tenemos un ejemplo convincente: los equipos misioneros de corto y largo plazo para el extranjero están guiando muchas almas a Dios. Esto muestra que el evangelio no depende de nuestra habilidad sino que el factor clave es qué corazón tenemos. Aunque los equipos misioneros no son buenos hablando los idiomas locales en ambientes difíciles y poco familiares, las personas tienen curiosidad por ellos, pensando: “¿Qué están predicando con tanta pasión?” Luego los siguen a Sion y reciben la verdad. Lo mismo sucede con el evangelio en nuestro país. Si predicamos el evangelio con el corazón de la Madre, por dondequiera que vayamos, este florece y lleva fruto. Si tenemos el corazón de nuestra Madre, podremos ser como las cinco vírgenes prudentes esperando al esposo con suficiente aceite para sus lámparas, y podremos ser dignos de esperar el reino de los cielos.
En los feriados tradicionales coreanos, muchas personas visitan su tierra natal con gran expectativa de ver a sus padres y hermanos. Al finalizar este tiempo de espera, ciertamente será el día en que regresemos a nuestro eterno hogar celestial. Como los padres que ansiosos esperan ver a sus hijos, de igual manera nuestro Dios Elohim está esperando ansiosamente que sus hijos seamos transformados hermosamente y regresemos a nuestro hogar celestial.
¿No tienen curiosidad por qué clase de lugar es el río de agua de vida, cómo son los ángeles, y cómo es el reino de Dios? Esperando el desbordante gozo en el cielo, como está escrito: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”, deshagámonos de todos nuestros malos hábitos y de nuestra mala personalidad, y siempre tengamos a Cristo en nosotros, a fin de que ninguno sea dejado atrás sino que todos alcancemos el reino de los cielos. Deseo fervientemente que traten a las personas de su alrededor con el corazón de la Madre en su hogar, iglesia y comunidad, y que guiemos a muchos de ellos a los brazos de amor de Dios como grandes profetas.