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Ninguna parte de los sermones en texto puede ser imprimida o difundida. Por favor, grabe en su corazón lo que ha entendido, para compartir la fragancia de Sion.

A donde Dios quiera que vayamos

En el Antiguo Testamento, podemos encontrar la vida de los israelitas en el desierto de cuarenta años, la cual sirve como una lección viva que nos muestra el camino de la obediencia. Cuando fueron salvados de las plagas a través de la Pascua y cruzaron el Mar Rojo como en tierra seca después del Éxodo, agradecieron a Dios por su poder, pero olvidaron fácilmente la gracia salvadora de Dios y se quejaban con frecuencia. Cuando atravesaban una pequeña dificultad en su viaje guiado por Dios, se quejaban contra Dios, y como resultado, la mayoría de ellos cayeron en el desierto. Entre los varones de veinte años a más en el Éxodo, solo Josué y Caleb, que siguieron la orientación de Dios, entraron en Canaán.

Esta historia es una lección para nosotros que estamos caminando en el desierto de la fe. Seguir a Dios por donde nos guíe significa confiar al 100% en Dios. Tomando una lección de la historia pasada, debemos caminar en el viaje del desierto de la fe con obediencia y gratitud, para que entremos en la eterna Canaán del cielo.


Cinco en una vaina

“Cinco en una vaina” es un cuento infantil escrito por el autor danés Hans Christian Andersen. Cinco guisantes estaban encerrados en una vaina. Por fuera lucía el sol y calentaba la vaina, mientras la lluvia la limpiaba y volvía transparente. El interior era tibio y confortable, había claridad de día y oscuridad de noche, y los guisantes, en la vaina, iban creciendo y se entregaban a sus reflexiones sobre a dónde irían cuando salieran al mundo exterior.

Entonces un día, estalló la vaina y los cinco guisantes salieron rodando a la luz del sol. Estaban en una mano infantil; un chiquillo los sujetaba fuertemente, y decía que estaban como hechos a medida para su cerbatana. Y metiendo uno en ella, sopló.

“¡Heme aquí volando por el vasto mundo! ¡Alcánzame, si puedes!” y salió disparado. “Yo me voy directo al Sol”, dijo el segundo. “¡Esta es una vaina perfecta, y muy apropiada para mí!” y se fue lejos. “Cuando lleguemos a nuestro destino podremos descansar”, dijeron los otros dos, “pero nos queda aún un buen trecho para rodar”. Y rodaron a la tierra antes de ser puestos en la cerbatana, pero al final todos fueron a la cerbatana.

“¡Será lo que haya de ser!” dijo el último mientras era disparado por el aire. “No importa a dónde vaya. Por eso, ¡envíeme a donde Usted quiera que vaya!”

Así, el guisante oró a Dios, y voló contra un viejo tablero bajo la ventana de un desván, directo a una grieta, donde había musgo y tierra suave, y el musgo rodeó al guisante. Allí permaneció escondido, pero no porque Dios se hubiera olvidado de él. “Que pase lo que tenga que pasar”, dijo.

Dentro del pequeño desván vivía una mujer pobre que salía en la mañana para pulir estufas; sí, incluso para cortar madera y hacer otros trabajos difíciles. Y en la casa, en una pequeña habitación estaba tendida su pequeña hija, que era muy frágil y delgada. Durante todo el año la niña había estado en cama. La niña enferma se quedaba en casa, siempre tranquila y paciente todo el día, mientras su madre salía a ganar dinero.

Era primavera, y una mañana muy temprano, la niña miró por la ventana y vio algo verde que se asomaba. Era un pequeño guisante que había brotado con hojas verdes. Fue un gran placer para la niña y su madre ver crecer una enredadera de guisantes. Observando cómo prosperaba el pequeño guisante, la niña pensó que ella también prosperaría y se recuperaría. Como esperaba, la niña empezó a mejorar gradualmente.

Los otros cuatro guisantes se esforzaron por ir adonde querían ir, y por hacer lo que querían hacer. Sin embargo, el último oró para llevar la vida que Dios quería que llevara. Como resultado, el último guisante dio una gran esperanza y fortaleza a la niña pobre y enferma.
Lo mismo sucede con nosotros. Cuando vamos a un lugar donde Dios quiere que vayamos, en lugar de ir a donde queremos ir, y hacemos lo que Dios quiere que hagamos, podemos vivir una vida digna y valiosa. Creo que si deseamos ir por donde Dios quiere que vayamos y oramos por esto, Dios ciertamente nos enviará a un lugar donde verdaderamente se nos necesite y nos ayudará a jugar un rol importante como el último guisante, para que nuestra vida y nuestra misma existencia puedan dar gran valor y fortaleza a la gente que está a nuestro alrededor.


El pueblo de Dios sigue al Cordero por dondequiera que va

Pienso que la verdadera fe es prestar atención a lo que Dios quiere y vivir según la voluntad de Dios, en lugar de planificar nuestro futuro según nuestra propia voluntad o deseos. Pido seriamente a todos ustedes, pueblo de Sion, que vayan a donde Dios los envíe; a África si Dios quiere que vayan allá, y a Europa si Dios los envía allá; y den esperanza a otras personas, siembren fe en sus corazones, y enséñenles correctamente la palabra de Dios.

Cuando decidimos ir a donde Dios quiere que vayamos, esto muestra nuestra voluntad de vivir en obediencia a la voluntad de Dios. El cielo es el destino final para los que han llevado una vida en obediencia a Dios.

Ap. 14:2-4 『Y oí una voz del cielo […] Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra. Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero.』

El pueblo que pertenece a Dios son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Ellos viven donde Dios quiere que vivan, no donde quieren vivir, según la agradable voluntad de Dios en lugar de su propia voluntad. Como resultado, han sido redimidos de entre los hombres de la tierra.

“¡Heme aquí volando por el vasto mundo!” “Yo me voy directo al Sol.” “Cuando lleguemos a nuestro destino podremos descansar.” Como los guisantes tenían sus propios deseos, nosotros podemos hacer lo que queramos. Sin embargo, si insistimos en nuestra propia manera y tratamos de hacer lo que deseamos en el lugar donde queremos estar, diciendo tener fe, terminaremos desperdiciando nuestro tiempo y viviendo una vida contraria a la voluntad de Dios. Si nos dedicamos a orar a Dios para que nos ayude a vivir una vida que lo complazca en el lugar donde Dios quiere que estemos, así como lo hizo el último guisante, podremos vivir una vida que complazca completamente a Dios.

Nosotros no sabemos lo que nos espera en el futuro, pero Dios sabe todo nuestro futuro. Por eso, Dios siempre nos guía a todo lo bueno. Siguiendo la orientación de Dios, todos nosotros, el pueblo de Sion, debemos alcanzar el eterno reino de los cielos.


La Canaán celestial es para los que obedecen a Dios

La Biblia nos enseña acerca de la obediencia para que seamos los santos que sigan la voluntad que Dios quiere que hagamos.

He. 3:14-18 『Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio, entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron?』

He. 4:8-11 『[…] Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia.』

Si pensamos y tratamos de ir a un lugar adonde queremos ir, en lugar de ir al lugar donde Dios quiere que vayamos, podemos caer fácilmente en una trampa siguiendo el ejemplo de desobediencia de los israelitas. Los que tratan de seguir su propia voluntad, tienden a juzgar sus circunstancias según sus propios estándares. Como resultado, siempre están llenos de quejas y dejan de obedecer a Dios. Cuando tratamos de seguir nuestra propia manera, nuestros corazones no pueden obedecer a Dios sino que se llenan de rebeldía.

Durante la vida de cuarenta años en el desierto, Dios les enseñó la necesidad de la obediencia. Los que no obedecieron la palabra de Dios pecaron, y sus cuerpos cayeron en el desierto. Solo los que obedecieron a Dios con fe, pudieron entrar en Canaán, la tierra del reposo. A través de la historia pasada, necesitamos examinarnos para ver si aún estamos pensando tercamente en nuestra vida física o dudando de ir por donde Dios quiere que vayamos. Si pensamos primero en cuál es la voluntad del Padre y la Madre, toda nuestra testarudez desaparecerá naturalmente.

No podemos ser desobedientes si tratamos de ir por donde Dios quiere que vayamos. En la historia de los cinco guisantes, el último fue sembrado en donde Dios quería que fuera, y Dios lo envió al lugar más digno para que diera esperanza y valentía a las personas de su alrededor, ¿verdad? De igual manera, oremos a Dios: “Me gusta cualquier lugar, no importa si es un lugar árido o un país alejado. Permítame ir a donde Usted quiere que yo vaya, y hacer lo que Usted quiere que haga”.

Si pensamos que nos encontramos donde Dios quiere que estemos, no hay nada de qué quejarnos. No importa cuán pobres sean las circunstancias, debemos dedicarnos completamente a la obra de Dios, creyendo esto: “Dios me ha enviado a este lugar porque quiere mejorar mis circunstancias poco a poco”. Entonces ganaremos más de diez talentos, cien, mil y hasta diez mil talentos.


A donde Dios quiere que vayamos, y lo que Dios quiere que hagamos

Como pueblo de Dios, nosotros también debemos beneficiar o enriquecer la vida de los demás a través de nuestra vida. Cuando leemos la historia de los cinco guisantes, podemos comprender que vivir una vida para el beneficio de los demás es una condición importante para llevar preciosos frutos. El fruto del evangelio no es algo que podamos producir como resultado de nuestro deseo por esto, sino que es un regalo que Dios nos ha dado cuando hacemos lo que Dios quiere que hagamos en un lugar donde Dios quiere que estemos.

Dios quiere que vayamos a todo el mundo y prediquemos el evangelio a todas las naciones.

Mt. 28:18-20 『Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.』

Mr. 16:15 『Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.』

Aunque vayamos por todo el mundo, esto no quiere decir que estemos yendo a donde Dios quiere que vayamos. Por medio de las palabras de Dios, podemos ver que los lugares adonde Dios quiere que vayamos son todas las regiones donde aún hay muchas personas que nunca han escuchado o visto las palabras de Dios, tanto en Corea como en el extranjero. Ir donde están ellos y predicar el evangelio, es ir al lugar donde Dios quiere que vayamos y hacer lo que Dios quiere que hagamos.

Is. 14:24 『Jehová de los ejércitos juró diciendo: Ciertamente se hará de la manera que lo he pensado, y será confirmado como lo he determinado.』

Ciertamente, como Dios lo ha pensado, así será, y será confirmado como lo ha determinado. Ya que las personas tratan de juzgar y adivinar la obra de Dios basándose en su propio conocimiento, les parece imposible y tienen temor de no poder lograrlo. Sin embargo, lo que Dios ha planeado es que todo se cumpla sin falta. El propósito de Dios debe cumplirse por cualquier medio y a través de cualquier persona.

Dirigirnos a donde queremos ir, hacer lo que deseamos, e insistir en nuestra propia manera; estas cosas nos hacen tener una mente arrogante. Si estamos deseosos de obedecer y realizar las cosas con las que Dios se complace, estas se cumplirán. Por eso, la voluntad de Dios para nosotros es tener fe y seguirlo.

Reflexionemos acerca de nuestra fe hacia Dios y examinémonos para ver si nuestra fe está creciendo adecuadamente. ¿No se estará arruinando nuestra fe con el pensamiento: “Tengo mucho conocimiento”, aunque antes teníamos una fe obediente? Todos nosotros necesitamos pensar en esto nuevamente. “¡Por favor guíeme por dondequiera que Usted vaya, y no a donde yo quiero ir!” Con esta clase de fe, hagamos la obra del evangelio de Dios en su gracia.


La vida de la fe según la voluntad de Dios

Una fe obediente es la fe más grande de todas. Debemos tener la fe más grande obedeciendo la voluntad de Dios, y vivir según su voluntad.

1 P. 4:1-8 『[…] para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios. Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías. […] Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración. Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados.』

Si hemos vivido según los deseos de nuestra naturaleza pecadora, ya no debemos vivir de esa manera. Solo debemos vivir según la voluntad de Dios, por el resto de nuestras vidas en esta tierra. Les pido repetidamente que piensen y actúen de la manera que Dios quiere.

Y con respecto a este mundo, las cosas se corrompen más y más con el paso del tiempo. Sin embargo, no todo lo viejo es malo. Entre las cosas viejas, hay cosas podridas y otras fermentadas. Estas tienen algo en común: ambas son viejas. Pero sus resultados son completamente diferentes: las primeras están destinadas a ser desechadas, y las últimas incrementan su valor con el tiempo.

Examinémonos una vez más para ver si nuestra fe está decayendo o se está fermentando con el tiempo. Lo mismo sucede con los miembros nuevos de Sion que han empezado la vida de la fe. Si siempre insistimos en lo que queremos hacer y vamos a donde queremos ir, tendremos una mente testaruda y terminaremos sin poder seguir la voluntad de Dios. Sin embargo, si oramos seriamente a Dios para que nos envíe a donde quiere que vayamos, como el último guisante, Dios nos guiará a un lugar donde quiere que vayamos, y a quienes quiere que prediquemos. Incluso mientras caminemos por la calle, escucharemos la voz de Dios que nos dice: “¡Lánzales la cuerda salvavidas!”

No dejemos esas almas solas. Hay muchas personas a nuestro alrededor a quienes nunca hemos visto cuando pasamos por su lado. Hoy, como cualquier otro día, Dios guiará nuestros pasos. Entonces, no miremos con indiferencia a los que pasan por nuestro lado, sino pensemos que Dios nos ha enviado aquí hoy porque quiere que les prediquemos, y dediquemos el resto de nuestra vida a salvar almas.