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Ninguna parte de los sermones en texto puede ser imprimida o difundida. Por favor, grabe en su corazón lo que ha entendido, para compartir la fragancia de Sion.

¿Ama usted a Dios?

Dios nos ama. Él nos escogió antes de la fundación del mundo con amor, cuidó de nuestra seguridad hasta el último momento en que dejó de respirar en la cruz, y nos ama constantemente incluso en este momento.

Entonces, ¿amamos a Dios en verdad? Aunque ahora estamos recorriendo el camino de la fe en Dios, tomemos un tiempo para pensar de nuevo si amamos a Dios verdaderamente.

La Biblia dice: “Pedid por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman” (Sal. 122:6), y: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Co. 2:9). En este año del jubileo espiritual, quiero que todos abriguemos el amor de Dios en nuestro corazón y caminemos alegremente con Dios, para que podamos recibir la gracia y las bendiciones que Él ha preparado para nosotros y vayamos al reino de los cielos, como hijos celestiales.


Si pudiera nacer como la madre de mi madre

Hace poco leí una historia en la Internet, titulada: “¡Si pudiera nacer de nuevo en este mundo!” Un maestro de secundaria dio una tarea de redacción a sus estudiantes durante la clase; les pidió escribir historias tituladas: “¡Si pudiera nacer de nuevo en este mundo!” Entre las historias presentadas por los estudiantes, hubo una historia notable que definitivamente cautivó su atención. La historia fue escrita por un estudiante con discapacidad que utilizaba una silla de ruedas para asistir a la escuela con la ayuda de su madre.

Su historia empezó con una expresión de su deseo: “Si pudiera nacer de nuevo en este mundo, sería la madre de mi madre”. La razón descrita anteriormente muestra lo que estaba en su corazón; él pensó cuánto había sufrido su madre por acompañarlo a la escuela y por haber cuidado de él día y noche. Considerando la enorme cantidad de amor que había recibido de su madre, llegó a la conclusión de que no podría retribuir el amor de su madre sin importar cuánto se dedicara a ella y cuánto la obedeciera, y que la única manera de retribuir su inmenso amor era convertirse en la madre de su madre.

Su deseo pudo haber sido nacer de nuevo saludablemente y convertirse en un atleta o en un saltador de altura. Sin embargo, no pidió un deseo para sí mismo. Él solo pensó en qué podría hacer para retribuir el amor y la dedicación que su madre le dio, deseando únicamente que su hijo tuviera éxito en la vida. Por eso, llegó a tener este pensamiento loable y maduro a pesar de su edad: “Si pudiera nacer de nuevo, nacería como la madre de mi madre y retribuiría su incalculable amor y sacrificio por mí”.

Aunque esta historia es corta, deja una enorme y duradera impresión en nuestra mente. Tendemos a pensar primero en nuestros momentos difíciles. Sin embargo, este estudiante pensó en su madre, que se sacrificó por él, más que en sí mismo. Por eso, escribió esto en su historia: “Si pudiera nacer de nuevo, sería la madre de mi madre”.

No solo pensemos en nuestro dolor y fatiga, sino pensemos en el camino de sacrificio que la Madre celestial está recorriendo por nosotros, sus hijos. Deseo que todos nosotros tengamos el sacrificio de la Madre en lo profundo de nuestro corazón, como el estudiante de la historia, para que seamos fieles a la Madre como sus hijos.


“¿Me amas?”

La iglesia no solo es un lugar donde hay rituales y ordenanzas de culto, sino que es un lugar donde Dios, que es el amor, concede su amor a sus hijos y ellos lo aman. Cuando adoramos a Dios, debemos tener amor hacia Él en nuestro corazón. Si guardamos un culto sin amor hacia Dios, solo conforme a las ordenanzas y los rituales, no podrá ser el sacrificio de gozo que Dios desea.

Debemos dar nuestro corazón completamente a Dios (Mt. 22:35-38). Así como el estudiante de la historia quiso retribuir el amor de su madre que había sufrido por él, nosotros también: con un corazón lleno de amor hacia Dios, debemos ir a la iglesia, guardar el Día de Reposo, celebrar la Pascua y correr hacia el reino de los cielos.

Pensemos en Pedro y Judas Iscariote entre los doce discípulos de Jesús. Al principio, ambos se convirtieron en discípulos, diciendo que lo seguirían por dondequiera que Él fuera. Sin embargo, mientras que uno de ellos amó a Jesús y lo siguió hasta el final recorriendo el camino del martirio, el otro traicionó a Jesús por treinta monedas de plata y lo entregó para ser crucificado. Hubo una enorme diferencia en el resultado final entre el que amó por completo a Dios y el que no lo hizo.

Jn. 21:15-17 “Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.”

Jesús preguntó a Pedro: “¿Me amas?”, cuando le confió el rebaño. “¿Me amas?” “Sí, Señor.” “¿Me amas?” “Sí, Señor, tú sabes que te amo.” Pedro amó mucho a Jesús, y llegó a ser el fundamento de la iglesia primitiva.

Si Dios nos hiciera hoy la misma pregunta, ¿responderíamos desde nuestro corazón: “Sí, Señor”? Pensemos en el sacrificio del Padre y la Madre que atravesaron el dolor de la cruz para salvarnos y vinieron de nuevo en la carne y han sufrido por nosotros hasta este día. Nosotros pensamos simplemente en el sacrificio de la cruz. Sin embargo, hasta que esto se cumpliera, hubo sacrificios expiatorios por más de 1500 años desde la época de Moisés hasta el tiempo de Jesús; cada ofrenda por el pecado representaba el sufrimiento de Dios y su amor sacrificado. Dios ha venido a esta tierra para salvar a sus hijos pecadores, y todavía está sufriendo por nuestros pecados, hasta la muerte. Frecuentemente olvidamos este hecho.

¿Por qué Dios vino a esta tierra y fue difamado por la gente aunque pudo haber escogido descansar cómodamente en el glorioso reino de los cielos? Todo esto fue por nosotros; Él nos amó tanto que hizo todo para nosotros.


Los que aman a Dios

Los que aman a Dios nunca lo traicionarán aunque Él no les pague mucho por su trabajo o no les dé una posición alta. Judas Iscariote no tenía el amor de Dios en su corazón. Él amaba el dinero más que a Dios.

Recorramos el camino de la fe amando a Dios con todo el corazón y sigámoslo hasta el final, como hizo Pedro. Si comprendemos el amor de Dios y siempre pensamos en lo que podemos y debemos hacer para retribuir su amor, no seremos insensatos como Judas Iscariote.

Éx. 20:6 “y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.”

Dios muestra amor a mil generaciones de los que lo aman. ¡Qué enorme bendición! Dios no da una gran recompensa a cualquiera. Cuando pensamos en esto cuidadosamente, podemos ver que, aunque hay incontables personas en el mundo, solo unos pocos aman a Dios verdaderamente.

Dt. 13:1-3 “Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma.”

La Biblia dice que Dios está probándonos para saber si lo amamos con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma. Sin embargo, a veces nos amamos a nosotros mismos más que a Dios y pensamos en nuestra propia gloria más que en la de Dios. Viviendo de esta manera, hablamos de la gracia y el sacrificio de Dios.
¡Qué lamentable!

En vez de solo pensar en nuestra propia situación, enfoquémonos en Dios. Necesitamos pensar siempre en por qué el Padre y la Madre, Dios Elohim Todopoderoso, vinieron a esta tierra en la carne, despojándose de todos sus derechos, y moran con nosotros. Pensando en esto, debemos reverenciarlos. Los que piensan primero en la gloria y en el dolor de Dios, son los que verdaderamente lo aman.

Jue. 5:31 “Así perezcan todos tus enemigos, oh Jehová; mas los que te aman, sean como el sol cuando sale en su fuerza. Y la tierra reposó cuarenta años.”

Esta es una escena en la que Débora, una profetisa, pide a Dios bendecir a los que lo aman. Ella oró a Dios para que hiciera que todos sus enemigos perecieran, y que los que lo amaban fueran como el sol cuando sale en su fuerza.

Para ser espiritualmente poderosos como hijos de Dios, necesitamos tener amor hacia Dios en nuestro corazón sobre cualquier cosa. Pregúntense cuánto aman a Dios, en vez de pensar: “Predico y enseño muy bien la palabra de Dios”, “Soy líder de región”, o “Soy miembro del personal pastoral”. Dios no preguntó:

“¿Cuál es tu posición o ministerio?” o: “¿Hay algo que puedas hacer bien?”, sino solo preguntó: “¿Me amas?” Dios buscará a sus hijos que le respondan “¡Sí!” de corazón, cuando les haga esa pregunta.


Recibiendo la gloria al amar a Dios

La sabiduría y la gloria de Salomón, y la prosperidad durante su reinado, vinieron de un corazón lleno de amor hacia Dios.

1 R. 3:3-10 “Mas Salomón amó a Jehová, andando en los estatutos de su padre David; […] mil holocaustos sacrificaba Salomón sobre aquel altar. Y se le apareció Jehová a Salomón en Gabaón una noche en sueños, y le dijo Dios: Pide lo que quieras que yo te dé. Y Salomón dijo: […] tú me has puesto a mí tu siervo por rey en lugar de David mi padre; y yo soy joven, y no sé cómo entrar ni salir. Y tu siervo está en medio de tu pueblo al cual tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar ni numerar por su multitud. Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande? Y agradó delante del Señor que Salomón pidiese esto.”

Si Salomón no hubiera amado a Dios, le habría pedido algo para su propio beneficio cuando se le dio la oportunidad de recibir las bendiciones de Dios. Sin embargo, él pidió sabiduría para distinguir entre el bien y el mal y hacer justo juicio para el pueblo de Dios, de modo que no fueran injustamente acusados y condenados a muerte. Dios se mostró satisfecho por lo que Salomón pidió.

Los que aman a Dios siempre pueden tener pensamientos que estén de acuerdo con la voluntad de Dios. Dios ha prometido dar a su pueblo un corazón no dividido (Ez. 11:19-20). Para que todos los hermanos y hermanas podamos tener un corazón no dividido, que se parezca al de Dios, necesitamos abrigar el amor de Dios en nuestro corazón.

Hay también cierta razón por la que debemos amar a Dios. Estábamos consumiéndonos en el pecado; espiritualmente nada podíamos hacer, y habríamos muerto para siempre si nos quedábamos solos. Nadie se preocupó por nosotros, excepto nuestro Padre y nuestra Madre celestiales. Para salvarnos por todos los medios necesarios, nuestro Padre vino a esta tierra y sufrió por treinta y siete años, y nuestra Madre está todavía con nosotros.

¿Fueron tratados bien nuestro Padre y nuestra Madre celestiales mientras estaban en la carne en esta tierra? Si hubieran sido tratados bien, las profecías de la Biblia no se habrían cumplido. Ellos oraron ansiosamente por nosotros, sus hijos, día y noche, y llevaron el yugo de todos nuestros pecados solos. Se burlaron de Ellos, y fueron perseguidos y traicionados, pero no se preocuparon de sí mismos en absoluto; soportaron todos los sufrimientos, deseando únicamente que sus hijos fueran salvos. ¿Alguno iría a un lugar donde su vida fuera amenazada otra vez? Para salvarnos, no obstante, Dios vino a esta tierra otra vez, donde una vez fue puesto a muerte.

No nos limitemos a concentrarnos en nuestro propio dolor y angustia, sino pensemos en Dios que ha sufrido por nosotros y soportó todos los sufrimientos. Comprendiendo el amor de Dios que se ha sacrificado por nosotros, debemos dar gracias y gloria a Dios desde lo profundo de nuestro corazón, estando llenos de amor por Dios. Si Dios nos preguntara: “¿Qué haría si naciera de nuevo?”, ¿acaso no deberíamos responder: “Los amaremos aún más, Padre y Madre celestiales, como sus hijos amados”? Quisiera pedirles a todos ustedes que piensen qué pueden hacer por Dios que se ha sacrificado por nosotros.


“Lo amo, Dios”

Como Salomón tenía amor por Dios en su corazón, Dios le dio sabiduría y lo ayudó a prosperar en todo lo que hizo. David, el padre de Salomón, también amó a Dios de todo corazón. En el libro de Salmos, podemos encontrar el tema de su cántico: “Te amo, oh Jehová”.

Sal. 18:1-11 “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos. Me rodearon ligaduras de muerte, y torrentes de perversidad me atemorizaron. Ligaduras del Seol me rodearon, me tendieron lazos de muerte. En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios. El oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos. […]”

David comienza este salmo declarando: “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía”. Todos los héroes bíblicos como David y Salomón, que fueron salvos, lograron grandes cosas porque tenían amor por Dios en su corazón, y no porque tuvieran un sentido del deber ni por obligación. Si hacemos algo simplemente por sentido del deber, nos resultará difícil hacerlo, sintiéndonos angustiados y desvalidos con el paso del tiempo. Pero si lo hacemos con amor, no nos sentiremos así. Cuando los padres tienen un hijo enfermo, no se sienten cansados aunque pasen muchas noches sin dormir cuidando de su hijo para salvar su vida. Ese es el poder del amor.

Si les resulta difícil hacer la obra del evangelio, piensen si realmente aman a Dios. Cuando hacemos algo pensando que lo hacemos porque se nos ha confiado, nos agotamos fácilmente. Sin embargo, si lo hacemos con el amor de Dios en nuestro corazón, no nos sentimos cansados en absoluto. Las cosas que se hacen sin amor, no tienen ningún significado (1 Co. 13:1-3). Solo cuando hagamos las cosas con amor por Dios en nuestro corazón, podremos decir que trabajamos por el bien del evangelio.

Si solo hemos recibido amor de Dios hasta este momento, desde ahora debemos retribuir al menos un poco el amor de Dios. Cuando glorifiquemos, honremos y amemos a Dios todo el tiempo, como David y Salomón, Dios nos dará mucha sabiduría y bendición.

Hay muchas personas en el mundo que se aman a sí mismas más que a Dios. No obstante, nosotros amamos a Dios. Con un corazón lleno de amor y fe hacia Dios, demos más gloria al Padre y a la Madre celestiales y sigámoslos por dondequiera que nos guíen, para que todos podamos ir juntos de la mano al eterno reino de los cielos que el Padre y la Madre han preparado para nosotros.