한국어 English 日本語 中文简体 Deutsch हिन्दी Tiếng Việt Português Русский Iniciar sesiónUnirse

Iniciar sesión

¡Bienvenidos!

Gracias por visitar la página web de la Iglesia de Dios Sociedad Misionera Mundial.

Puede entrar para acceder al Área Exclusiva para Miembros de la página web.
Iniciar sesión
ID
Password

¿Olvidó su contraseña? / Unirse

Ninguna parte de los sermones en texto puede ser imprimida o difundida. Por favor, grabe en su corazón lo que ha entendido, para compartir la fragancia de Sion.

La relación entre la fe y la obediencia

Todos tienen una familia, una relación preciosa que Dios les permitió edificar. Dios ha dado a todos una “familia”, una comunidad de amor, como un microcosmos del cielo lleno de felicidad.

Desde el punto de vista espiritual, todos somos miembros de la familia espiritual. Tenemos un Padre espiritual, una Madre espiritual y hermanos y hermanas espirituales. La Biblia enseña que el mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”, es el primer y grande mandamiento, y que el mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre”, es el primer mandamiento con promesa (Mt. 22:37-38, Ef. 6:2). De acuerdo con esta enseñanza de la Biblia, debemos honrar y servir a nuestros Padres espirituales, así como a nuestros padres físicos.

¿Qué es lo que más quieren los padres de sus hijos? Ellos se complacen más cuando sus hijos obedecen su voluntad. Del mismo modo, nuestro Padre y nuestra Madre celestiales quieren que los obedezcamos. Reflexionemos sobre nuestra fe y examinemos la relación entre la fe y la obediencia a través de la Biblia.


La fe se vuelve perfecta a través de la obediencia

La fe es una parte esencial de nuestra vida religiosa. Sin fe es imposible agradar a Dios y ningún cambio espiritual puede ocurrir. Entonces, la fe es un factor muy importante en nuestra vida de la fe.

La Biblia define una fe perfecta como “la fe acompañada por obras”, y no solo como una expresión verbal (Stg. 2:14-26). Aquí, las obras significan la obediencia a las palabras de Dios. La fe se puede medir a través de la obediencia. La obediencia es la expresión visible de la fe invisible.

El factor fundamental que rompió la relación entre Dios y la humanidad fue la desobediencia. Dios ordenó a Adán y Eva que no comieran del árbol de la ciencia del bien y del mal, pero ellos desobedecieron a Dios y tocaron el árbol prohibido. Como resultado, su relación con Dios se rompió y fueron expulsados del huerto del Edén (Génesis 2-3).

El pecado de Adán y Eva, que se registra en Génesis, es una sombra que muestra con facilidad cómo cometimos pecado en el cielo y fuimos arrojados a la tierra. Entonces, ¿qué debemos hacer para restaurar nuestra relación con Dios como pecadores espirituales? Nuestra desobediencia nos ha alejado de Él. Entonces podemos acercarnos a Dios solo a través de nuestra obediencia a Él.

Jesús también dio ejemplo de obediencia cuando vino a esta tierra para salvar a la humanidad.

He. 5:8-10 “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.”

Jesús es Dios mismo, el Padre Eterno por naturaleza; sin embargo, vino a esta tierra como hijo, haciéndose a sí mismo Hijo de Dios, y llevó una vida de fe en perfecta obediencia a Dios (ref. Is. 9:6, Fil. 2:5). Él nos enseñó que la obediencia es el factor más importante en la relación entre los Padres celestiales y sus hijos.

La Biblia dice que Jesús aprendió la obediencia de lo que padeció, y fue perfeccionado. Sin obediencia, nuestra fe no puede ser perfecta. El libro de Romanos también enfatiza que la obediencia conduce a la humanidad a la salvación.

Ro. 5:18-19 “Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.”

El hombre mencionado en la primera parte del versículo 19 se refiere a Adán, y el hombre mencionado después se refiere a Jesús. A través de la desobediencia de un hombre, Adán, todos los hombres fueron constituidos pecadores, y por la obediencia de un hombre, Jesús, son constituidos justos, libres del pecado. ¿Qué vida llevó Jesús para hacer justos a los seres humanos, que fueron constituidos pecadores? Recordemos su vida.


El ejemplo de obediencia de Jesús

La noche anterior a la crucifixión de Jesús, Él fue al monte de los Olivos y oró allí intensamente después de celebrar la Pascua. Aquí, podemos ver la escena en que Jesús grabó la obediencia profundamente en nuestro corazón.

Lc. 22:42-46 “diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. […]”

Jesús sabía que sufriría en la cruz, lo que le causó una gran agonía. La Biblia afirma que su sudor era como grandes gotas de sangre que caían a la tierra. ¡Cuán ansiosa y tristemente debe de haber orado! Incluso en una agonía tan grande, Él oró: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”, y obedientemente aceptó el dolor, la humillación e incluso la muerte para salvar a la humanidad.

Jesús nos dio todos estos ejemplos para que hagamos como Él hizo (Jn. 13:15). Dándonos el ejemplo de participar en la ceremonia del lavado de pies, el ejemplo de celebrar la Pascua, el ejemplo de guardar el Día de Reposo y el ejemplo de obedecer toda la voluntad de Dios Padre, Cristo nos mostró personalmente el camino de fe que debemos recorrer.

Jn. 5:30 “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre.”

Jn. 12:47-50 “[…] Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho.”

Jesús dijo que vino a esta tierra para cumplir toda la santa voluntad de Dios, Aquel que lo envió, y que lo que habló, lo habló como el Padre se lo había dicho.

Los cuatro Evangelios muestran que todo lo que Jesús hizo fue una serie de actos de obediencia. Desde el momento de su nacimiento hasta el día de su muerte, hizo la voluntad de Dios en todo. Él no habló por su propia cuenta, sino que enseñó a la gente solo lo que Dios le había dicho. De acuerdo con la voluntad de Dios, soportó voluntariamente el dolor de la cruz. Luego terminó su ministerio del evangelio diciendo: “Consumado es”.

Jn. 19:28-30 “[…] Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.”

Por supuesto, Jesús cumplió todas las profecías del Antiguo Testamento acerca de sí mismo, pero sus palabras: “¡Consumado es!”, implican que cumplió todo lo que el Padre le había dicho que hiciera. Jesús vivió en esa obediencia perfecta al Padre; habló e hizo todo de acuerdo con la voluntad del Padre.


Los que obedecen pueden entrar en el cielo

Con toneladas de información fluyendo cada día, muchas personas hoy en día tienden a ver y juzgar las cosas desde el punto de vista del sentido común. Entonces, son reacios a hacer algo que les resulta desagradable, aunque sea lo que Dios ordenó. Incluso entre las personas que afirman creer en Dios, hay muchos que insisten en su propia manera y la ponen sobre la palabra de Dios.

Es imposible para nosotros obedecer a Dios si vivimos en nosotros. Sin embargo, si solo Cristo vive en nosotros, la obediencia es fácil. Ya que tenemos la esperanza eterna, podemos obedecer con alegría la palabra de Dios.

Jn. 14:21 “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.”

La fe obediente es necesaria para guardar completamente los mandamientos de Dios. Sin obediencia es imposible guardarlos. Jesús también dijo que solo aquellos que hacen la voluntad de Dios entrarán en el cielo.

Mt. 7:21 “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”

Hacer la voluntad de Dios es obediencia. Solo los que obedecen “la voluntad de Dios” entrarán en el reino de los cielos. No importa cuánto tiempo se hayan observado el domingo y la Navidad, si son doctrinas distorsionadas que no se encuentran en la Biblia, debemos rechazarlas y en cambio, guardar el Día de Reposo y la Pascua. Este es el deber de los que obedecen la palabra de Dios, ¿no es verdad?

Los redimidos son los que siguen al Cordero por dondequiera que Él los conduce (Ap. 14:1-5). Dios ha dicho que Él está pronto para castigar toda desobediencia, cuando nuestra obediencia sea perfecta (2 Co. 10:6). Considerando la parábola donde Jesús dijo que separaría a las personas unas de otras en el día del juicio final como un pastor separa las ovejas de los cabritos, podemos ver que la obediencia es la fe que las ovejas poseen. Como Dios dijo: “Mis ovejas oyen mi voz”, el criterio más importante para distinguir entre los justos y los malvados en el día del juicio final de Dios es si obedecen la palabra de Dios o no (Mt. 25:31-46, Jn. 10:27). Por esa razón, Cristo vino a esta tierra y llevó una vida de completa obediencia al Padre aun hasta la muerte.


Nuestros antepasados demostraron su fe a través de la obediencia

La fe y la obediencia son inseparables, y la fe puede probarse mediante la obediencia. Si un hombre confía en su fe, pero desobedece la palabra de Dios, no se puede decir que tiene fe.

Los que tienen fe siempre obedecen la palabra de Dios. Un día Dios llamó a Abraham para probar su fe ordenándole que ofreciera a su único hijo, Isaac, como sacrificio. Era difícil para él sacrificar en holocausto a su precioso hijo, que le nació cuando tenía cien años. Sin embargo, Abraham obedeció la orden de Dios inmediatamente. Él no preguntó: “¿Cómo puede quitarme a mi hijo, a quien engendré a la edad de cien años?”, “¿No quisiera que le ofrezca otro sacrificio?”. En cambio, tomó a Isaac y se dirigió hacia el monte Moriah de inmediato. Al subir al monte, Isaac preguntó: “Padre, he aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?”. ¿Pueden imaginar cómo debe de haberse sentido Abraham en ese momento? Él respondió: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío”. Cuando llegaron al monte Moriah, Abraham se preparó para sacrificar a Isaac tal como Dios se lo había dicho. Justo en ese momento, escuchó la voz de Dios diciendo: “¡Abraham! No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”. Abraham pasó la prueba más difícil de su vida a través de su obediencia a Dios, y fue bendecido grandemente por Él (Gn. 22:1-18).

Noé también tuvo una gran fe. Cuando Dios le ordenó que hiciera algo más allá de la comprensión humana en aquellos días, él construyó el arca como Dios le había dicho que lo hiciera. En obediencia al mandamiento de Dios, guardó su fe, y él y toda su familia fueron salvos (Gn. 6-7, He. 11:7).

En los días de Josué, los israelitas rodearon la ciudad de Jericó siete veces y gritaron al séptimo día, como Dios les había ordenado. Entonces, ¿qué sucedió? Algunos podrían pensar: “¿Realmente se derrumbarán los muros de la ciudad si rodeamos la ciudad y gritamos? Sin embargo, cuando obedecieron el mandato de Dios, sucedió algo asombroso. Estamos viviendo en un mundo tridimensional, por lo que no podemos entender completamente cómo opera Dios en el mundo superior. Por esa razón, debemos obedecer todo lo que Dios nos dice. No podemos saber la voluntad de Dios de inmediato, pero después lo comprenderemos (Jos. 6, Jn. 13:7).

Cuando los trescientos guerreros de Gedeón derrotaron al enorme ejército madianita de ciento treinta y cinco mil hombres, Dios también usó un método inimaginable. Al principio, había treinta y dos mil hombres en el ejército de Israel. Luego, veintidós mil regresaron a casa como Dios dijo: “Quien tema y se estremezca, madrugue y devuélvase”, y quedaron diez mil. El ejército de Gedeón era muy inferior en número al ejército de los madianitas, pero Dios dijo a Gedeón: “Aún es mucho el pueblo”. Entonces probó a los soldados en un arroyo, y eligió solo a trescientos hombres.

En obediencia a la palabra de Dios, Gedeón y sus trescientos hombres se infiltraron en el campamento enemigo durante la noche. Tocaron las trompetas, quebraron los cántaros y levantaron las teas mientras los madianitas dormían. Los soldados madianitas estaban tan sorprendidos que comenzaron a atacarse unos a otros, confundiendo a sus compañeros con enemigos. El ejército madianita fue destruido casi por completo, y el ejército israelita obtuvo una gran victoria. Su obediencia les trajo la victoria (Jue. 6-7).

En el tiempo del Éxodo, los israelitas se encontraron en un gran dilema: el Mar Rojo estaba delante de ellos y el ejército egipcio los perseguía. Entonces Dios dijo a Moisés: “Alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo”. Como Moisés levantó su vara, el mar se dividió según las palabras de Dios, por lo que los israelitas pudieron cruzar el mar con seguridad (Éx. 14).

Todos nuestros antepasados demostraron su fe a través de su obediencia a Dios. Cuando obedecieron la palabra de Dios, sucedieron cosas sorprendentes: la conquista de Canaán de Josué, la victoria de Gedeón, el milagro de Moisés, etc. No hay fe en la que no haya obediencia, y la obra de Dios no puede ocurrir donde no hay fe. Esta es la voluntad de Dios que Él nos muestra a través de la Biblia.


La obediencia trae todas las bendiciones

¿Cómo demostraron su fe Abraham y Noé que tenían una fe firme? ¿Cómo mostró su fe el apóstol Pablo, que tuvo una gran fe? Ellos demostraron su fe a través de su obediencia. Cristo también obedeció a Dios, incluso hasta el punto de la muerte, y fue perfeccionado y exaltado sobre toda la creación, teniendo un nombre que es sobre todo nombre, un título de dignidad por encima de los ángeles y todos los demás seres espirituales del cielo.

Dt. 28:1-19 “Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra. Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios. Bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, el fruto de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas. Benditas serán tu canasta y tu artesa de amasar. Bendito serás en tu entrar, y bendito en tu salir. […] Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán. […]”

El resultado de la obediencia son las bendiciones, y el resultado de la desobediencia son las maldiciones. Las consecuencias de la obediencia y la desobediencia son definitivamente diferentes, como la Biblia dice: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.

Los israelitas enfrentaron muchas dificultades durante su viaje por el desierto. ¿Creen que Dios los guio por el desierto donde no había comida ni agua porque no tenía poder? ¡Por supuesto que no! La Biblia dice: “Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos” (Dt. 8:1-2). Nosotros también podemos enfrentar varias situaciones difíciles en nuestro viaje de la fe a través del desierto espiritual. Cuando esto suceda, asegúrense de recordar el viaje de los israelitas por el desierto. Así como Dios probó la fe de Abraham, Él prueba nuestra fe para saber si lo obedecemos o no.

El Padre y la Madre celestiales han venido a esta tierra para salvar a sus hijos, el pueblo de Sion. Obedezcámoslos y sigámoslos por dondequiera que nos guíen, creyendo firmemente que sus enseñanzas nos conducen a la vida eterna y al reino de los cielos. Ya que el eterno reino de Dios se acerca, debemos preparar fe y obediencia.

Dios midió la fe de Abraham, la fe de Noé, la fe de Gedeón y la fe de Josué a través de su obediencia, ¿no es así? Debemos continuar aumentando nuestro índice de fe mediante nuestra obediencia a Dios. Reflexionando en lo que sucedió en el pasado, obedezcamos plenamente las buenas enseñanzas de Dios y recibamos todas sus bendiciones. Hermanos y hermanas de Sion, les pido ansiosamente que tengan una fe mayor que Abraham y Noé, como las primicias que agradan al Padre y a la Madre celestiales, y sean dignos de jactarse ante los ángeles y todos los otros seres espirituales del cielo, estando unidos, para que reciban una amplia y generosa entrada en el eterno reino de los cielos, el reino del amor, adonde nos guía la Madre celestial.